lunes, 17 de marzo de 2008

POR SIEMPRE - VIII

Cuando René cerró la puerta tras suyo, supo que no se detendría hasta conquistarla. Evocó la inquietud que lo acometió al momento del rescate cuando la sostuvo inerte entre los brazos. El relato detallado de Andrés no hizo más que acrecentar su interés por la joven poseedora de innatas cualidades humanitarias. Y ahora, el prodigio de su cuerpo en plenitud y la bella expresión de asombro, convirtieron el interés en certidumbre. A partir del abandono de su mujer, no le había faltado compañía femenina para atemperar su soledad, pero ninguna lo estimuló para la convivencia. Experimentó un escalofrío de voluptuosidad cuando imaginó a la muchacha, desnuda y con el pelo alborotado, en su cama demasiado espaciosa para uno. Avanzó por el pasillo buscando la salida de emergencia porque no quería cruzarse con Esteban y someterse a un interrogatorio. Desde el sector trasero del hospital, divisó la camioneta vacía y supuso que Jeremías, Andrés y el abuelo aguardaban en el edificio. Se acomodó en el borde de un cantero y encendió un cigarrillo. Esperaría un tiempo prudencial antes de ingresar de nuevo a la clínica y cuando la volviera a ver, acompañado de su familia, resolvería cómo actuar.

Con su padre muerto a temprana edad se hizo cargo del manejo de la finca guiado por su abuelo. Las rudas tareas agrarias anticiparon la maduración del carácter y los sentidos. Se casó a los dieciocho años con una joven que, estando en viaje de estudios, se encandiló con el precoz estanciero. A los diecinueve ya era padre. A los veinte, un separado más. Diana, su ex-mujer, no se había podido habituar a la vida rural ni a los tiempos de su marido, lo que unido a la depresión post parto, motivó el abandono de la residencia conyugal. Este acto definió el destino del hijo en disputa, y no las influencias y riqueza de don Arturo como se comentó en el pueblo. Con la sentencia a favor, René se dedicó a la crianza de Sergio y a la atención de la hacienda.

Diana, apartada de su hijo, se sumió en una aguda depresión. Después de cinco años de tratamientos e internaciones, comenzó a visitarlo. Llegó con una nueva pareja que había sido el factor predominante de su recuperación. Su ex-marido, libre de rencores, encontró natural acercarse amistosamente a ambos. Esta nueva relación enriqueció el desarrollo de Sergio que sumó dos cariñosas figuras parentales a su amado progenitor. Cuando se casó, tres emocionados padres fueron testigos de la emancipación de su joven hijo. Andrés vino al mundo dotado con tres abuelos, un bisabuelo y una integridad constitucional que los mimos excesivos no pudieron estropear. Las últimas generaciones de los Valdivia apenas salían de la adolescencia cuando adquirían deberes de adultos. René, a los cincuenta años, tenía un hijo de treintiuno y un nieto de doce.

Sergio tuvo la ventaja de contar con un padre joven que no necesitó de su auxilio para dirigir la hacienda. Para colaborar con su progenitor estudió Ciencias Agrarias, y para responder a su pasión, Veterinaria. A la sazón, era el asistente más idóneo que René pudiera desear. Después de un año duro de trabajo, se encontraba junto a su mujer disfrutando de unas vacaciones en Bahía. El avispado Andrés renunció al viaje para que sus padres “estuvieran de novios y le encargaran un hermanito” y para convencer al abuelo de que lo dejara participar en la carrera de obstáculos. El niño lo idolatraba y era el más receptivo de sus estados de ánimo. Cuando lo veía melancólico, trataba de distraerlo con su charla y esperaba una confidencia que demostrara la intuitiva sospecha de que el abuelo necesitaba algo más que la compañía de Ronco: una mujer que lo quisiera, lo abrazara y lo besara como su mamá hacía con su papá. Pensaba lo genial que sería tener un tío o tía más joven que él si su abuelo se volviera a casar. Muchas veces hablaba con Alejandra que, estando felizmente desposada, también se preocupaba por su hermano Julián. Ella opinaba que no había nada peor que despertarse a la mañana en una cama de una plaza. Había un alguien para cada quien y no ahorraba esfuerzos para descubrir al alguien de su hermano. Le había presentado tantas amigas que Julián amenazó con no visitarla más si no se sosegaba. Sólo eso detuvo a la hermanita.

Alejandra creía que René, a pesar de su fuerte carácter y sus seguras decisiones, era demasiado confiado con el sexo opuesto. Le contó que la noche del teatro estaba en el baño, cuando entraron la sobrina del intendente con otra mujer. Sin sospechar que uno de los compartimientos estaba ocupado, hablaron sueltamente. La mujer se deshacía en elogios acerca de René y de sus bienes. Y la sobrina del intendente exponía sin tapujos su decisión de conquistar a ese pueblerino. Bien valía la pena su fortuna, sin contar que era un hombre sumamente atractivo. Alejandra no pudo enterarse del final de la aventura porque Julián fue muy discreto, pero dedujo que no tuvo trascendencia porque la mujer volvió a su casa al día siguiente. Así que Andrés no quería que su posible abuelastra fuera como la sobrina del intendente. Él también se puso atento a las mujeres que se cruzaban en su camino. Las fue desechando por feas, gordas, antipáticas, desaliñadas, superficiales, renegadas de la naturaleza y los animales, demasiado jóvenes, demasiado viejas. Cayó en la cuenta de cuán difícil era la elección y creyó comprender la nostalgia del abuelo. En esta búsqueda despuntó su acercamiento al complejo mundo de relaciones entre hombres y mujeres.

Así como el abuelo era el paradigma del hombre que quería ser, sus padres eran el mejor argumento a favor de la pareja. Sólo añoraba poder compartir su bienestar con otros hermanos. Ignoraba que su madre no podía concebir más hijos porque padecía de una forma de hipertensión que los embarazos descontrolaban. A los catorce años pudo hablarlo con su papá, y admiró a la mujer que lo había traído al mundo poniendo en riesgo su vida. Este conocimiento canceló la deuda familiar y realzó el valor de su existencia.

Andrés vio acercarse a su abuelo y corrió al encuentro. Ya estaba aburrido de la espera y excitado por ver a Celina. René le revolvió el pelo cariñosamente y les dijo a don Arturo y Jeremías que ya podían acercarse para visitar a la joven. Buscaron a Esteban quien les refirió el encuentro de las dos amigas. Hacía casi una hora que estaban a solas y consideró que a la velocidad de comunicación entre mujeres ya se habrían puesto al día. Esta afirmación no contribuyó a la tranquilidad de René que se preguntaba si habría provocado una reacción en cadena. El médico los guió hacia la habitación. En la sala de espera encontraron a Alejandra y Julián, que debido a su intimidad con Esteban se habían negado rotundamente a retirarse sin conocer a Celina. Miraron triunfalmente a su pariente, sabiendo que ahora no podría negarles la entrada. El médico le propinó un coscorrón cariñoso a su mujer y especificó que primero entraría él para anunciar a los visitantes; que pasarían juntos y no se demorarían demasiado para no intimidarla y que recordaran que estaba convaleciente de una rigurosa exposición al frío. Todos asintieron y Esteban golpeó la puerta antes de ingresar. Julián y Alejandra habían saludado con alborozo a Andrés e interrogaron vivamente al chico sobre la afortunada aventura. El nieto de Valdivia se explayó sobre una Celina que había ascendido al Olimpo de sus dioses. No había mujer que se le comparara salvo su madre. Cuando relató la creatividad y el esmero que puso para proteger a los niños y al chofer, Alejandra no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas pensando en el riesgo que había corrido su hijo. Julián le pasó un brazo por los hombros y la acercó a su costado para consolarla. La puerta volvió a abrirse y el médico les indicó que pasaran.

Valdivia se rezagó mientras su cerebro giraba a mil revoluciones por minuto. Él se creía preparado para el reencuentro, pero ni siquiera imaginaba la reacción de Celina cuando lo viera. El primer encuentro que tan esclarecedor fue para él, pudiera producir un efecto contrario en la muchacha. Desde la habitación surgían voces y risas que daban cuenta del tenor de la reunión. Se acercó a la puerta y pudo ver a Celina, vistiendo un atuendo deportivo blanco y rojo que realzaba su figura y el color de su cabello. Se la veía reanimada y adorable mientras don Arturo sostenía sus manos al tiempo que le agradecía calurosamente su coraje. Andrés la miraba arrobado y Julián no parecía inmune a su encanto. Jeremías tenía una expresión de absoluta aprobación, por lo que René concluyó que debería sortear varios escollos antes de su definitivo acercamiento. Cuando Alejandra se acercó a la heroína del pueblo, Sofía lo distinguió y lo llamó a viva voz. Celina se volvió hacia la entrada y descubrió al hombre que creyó producto de su mente. Su mirada no reclamaba ahogarse en la suya, sino que la arrastraba hacia la nocturna corriente de sus ojos

sábado, 8 de marzo de 2008

POR SIEMPRE - VII

Celina, que no veía la hora de quedarse a solas con su amiga, le agradeció mentalmente al doctor cuando arrastró a María tras de sí. Esperaba que su compañera le ayudara a desentrañar el insólito momento vivido.

-¿En serio me perdonás? –dijo Sofía con expresión tan contrita que motivó la risa de Celina.

-¡En serio! Recién pensaba que si te hubieras quedado hubieras sido un lastre.

Sofía, previo mohín de reproche por la escasa consideración que implicaba el concepto, se unió a la risa de su camarada. Después, poniéndose seria, la abrazó y le pidió detalles del salvataje. Celina había empezado a vestirse con la misma indumentaria que llevaba cuando se bajó del ómnibus, la que alguien lavó y acondicionó hasta dejar impecable. Apretó el antebrazo de Sofía y le dijo:

-Eso, después… ¡No te imaginás lo que me acaba de pasar!

-¿Que jodida buena cosa te pasó? -la interrogó, con la fórmula cabalística de aventar las malas noticias.

-Que recién salía de la ducha envuelta en un toallón, cuando se aflojó y cayó al suelo ante la mirada de un intruso -susurró Celina como si hubiera micrófonos ocultos.

Sofía la miró incrédula y dijo: -¿Querés decir que un mirón se coló en tu habitación mientras te estabas bañando, como en Psicosis?

-¡Pero no! Yo lo autoricé a entrar -respondió Celina impaciente.

Su amiga, que entendía cada vez menos, repitió: -¿Vos lo autorizaste a entrar...? -un signo mayúsculo de interrogación flotó en la habitación.

-¡Porque creí que volvía María con la ropa! -contestó Celina tratando de clarificar el relato.

Con un tono que contradecía su discurso, Sofía intentó seguir el hilo de la conversación:

-¡Ah! Comprendo. Se hizo pasar por María. ¿Y cómo sabía que te iba a encontrar desnuda?

Celina gimió ante la derivación que tomó su sencilla confesión. Inclinó la cabeza y se tomó de la barbilla tratando de ordenar los pensamientos. Luego, levantó la mano derecha con el propósito de detener las deducciones de Sofía. Volvió a empezar, esta vez más serena:

-Desperté. Me ubiqué en el espacio. Vi a una mujer que dormía en un sillón. Me di cuenta que estaba en un hospital. Fui al baño. Hice pis y me lavé la cara. Quise ducharme. Golpearon la puerta. Era la mujer que dijo llamarse María y ser la esposa del chofer del ómnibus accidentado. Me abrazó. Me agradeció. Le dije que quería bañarme y necesitaba ropa. Me dijo que la iba a traer y que le iba a avisar al médico. Salió. Me duché. Me envolví en el toallón. Me sequé el pelo en la habitación. Tocaron a la puerta. Pensé: “¡María!” Grité: “¡Adelante!” El toallón se cayó. Miré hacia la puerta. Había un hombre. Me quedé helada. Se quedó pasmado. Dio media vuelta y se fue. Fin -la enumeración fue clara y precisa.

-¿Cómo era él? -fue la única ocurrencia de Sofía.

-No sé bien. Debía tener algunos años más que yo. Era alto, creo. Y más bien corpulento. No estoy muy segura… -dijo esto último en un murmullo.

Sofía percibió una cierta conmoción en su amiga. La miró afectuosamente y dijo:

-¿Tanto te gustó? -los matices de la voz invitaban a la confesión.

Celina se entregó sin recelos al llamado de la amiga:

-Parece una liviandad decir que un tipo me gustó después de verlo un minuto… Diría más que me impresionó. Y no porque me vio desnuda. No fue una situación premeditada. Pero sentí… -se detuvo buscando el término apropiado- me sentí absolutamente indefensa. Sí, indefensa y en manos de un extraño.

-¡Es emocionante! -dijo Sofía con un brillo excitado en los ojos celestes -¿Y no pudiste averiguar quién era? ¿No le preguntaste a María?

-¿Qué podía decirle? María, quiero saber quién es el hombre que me vio en traje de Eva. Consígame su teléfono y datos personales -interrumpió la ironía y dijo como si la observación de su amiga fuera pertinente -además, estaba con el médico.

¿El sujeto estaba con el médico? -dijo Sofía consternada.

-¡No volvamos a irnos por las ramas! -exigió Celina irritada por los malentendidos.- María estaba con el médico -concluyó con el tono cariñoso de siempre.

Sofía, que no se había acobardado por la reacción de la amiga, se burló de su propia torpeza:

-¡Entendí, entendí! ¡No me pegue, patrona de los deportes! -se cubrió la cara risueña con los antebrazos cruzados.

Celina no pudo contener la carcajada. Las payasadas de la amiga siempre la ponían de buen humor. Sintió que a pesar de los contratiempos la vida le ofrecía posibilidades insospechadas. Como ésta de haber sobrevivido a la inundación y comprobar que el instinto no le había jugado una mala pasada.

Sofía volvió a la carga:

-No podemos quedarnos con la intriga -dijo como si ambas fueran protagonistas del incidente.

-En este momento dudo si lo que pasó fue real o producto de mi mente calenturienta.- Y agregó con gesto compinche:- No te olvides que llevo casi un año de abstinencia.

Sofía abrió la boca para decir algo pero se detuvo con el ceño fruncido. Volvió a reír y acotó:

-¡Claro! ¡Me había olvidado del motoquero! -Ahora reían las dos compartiendo el recuerdo.

Celina, a continuación, le pidió a Sofía que le contara cómo había llegado hasta el hospital. La interpelada se explayó:

-Para empezar, debo decirte que en este pueblo hay un tesoro. ¡Hombres! Y muy seductores, contando al tuyo -la miró con intención y afirmó con descaro- Eso te gustó ¿Eh?

Celina, ante el pronombre posesivo, sintió que la sangre le subía hasta el rostro como el agua caliente en una cafetera. Quiso enojarse con Sofía pero reconoció que la acotación le agradaba. Se hizo la indiferente y no respondió al comentario.

Sofía prosiguió:

-Apenas llegamos al alojamiento, nos recibió el encargado. ¡Un churro bárbaro!, como diría tu madre. Cuando le relaté el accidente para explicar tu ausencia, me sometió a un arduo interrogatorio que terminó con la expulsión de los pasajeros y los encargados de la excursión. Yo me salvé porque ya me había llorado todo por haberte abandonado -hizo una pausa para mirarla con cariño- y ya conocés el efecto de las lágrimas sobre los hombres... Sobre todo si son sinceras –aclaró como si hiciera falta.

Celina preguntó con admiración: -¿El encargado los echó a TODOS?

-Bueno, él empezó el desparramo entre los choferes y la coordinadora. Después siguió el dueño del hotel –aclaró su amiga; y a continuación:- ¿Sabés que este hombre es un poderoso terrateniente y el abuelo de uno de los chicos? El organizó el rescate.

-Debe ser el abuelo de Andrés. El chico estaba decididamente convencido de que vendría a buscarlo. Te aseguro que esa confianza me dio fuerzas para no abandonarme. Lástima que sea un explotador –agregó pesarosa.

-¡Ah, no! El ‘a vos te saco’ aquí no vale -reaccionó Sofía- Entre ayer y hoy no escuché más que alabanzas sobre este hombre. Tendrás…- Celina no la dejó terminar:

-¿Ayer? ¿Quiere decir que dormí un día entero? -preguntó alarmada.

La amiga confirmó:

-Así es. El siniestro fue ayer. Yo llegué anoche y ahora son las siete de la tarde del día siguiente.

-¡Con razón me sentí tan relajada! -declaró Celina.- Volviendo al latifundista, seguro que debe ser tan dueño del hospital como del hotel -dijo convencida.

Sofía asintió con un gesto contrariado porque sabía lo difícil que sería aventar los prejuicios de su amiga.

-Aún así, prometeme que no lo vas a prejuzgar antes de tratarlo -le pidió con porfía.

-¡Vaya, vaya! Parece que el abuelo te pegó fuerte -dijo Celina divertida- Creí que los ancianos no encajaban en tu coto de caza.

Sofía soltó una risotada. Su amiga se llevaría la misma sorpresa que ella cuando conociera al anciano. Por consiguiente, no le adelantaría nada.

Celina insistió:

-¿No ves que si la clínica le pertenece, ningún empleado hablaría mal de él? Se juegan el puesto -dijo categórica.

-Me conformo con tu promesa de no prejuzgarlo -le recordó Sofía, testaruda.

La amiga inclinó la cabeza hacia el hombro y la miró con expresión burlona:

-¿Se armó un romance…? -dijo sugerente.

-Más quisiera. Pero mi intuición dice que sólo me ve con simpatía. Mira mis hermosos ojos celestes con cordialidad. -con un gesto de ostentosa auto conmiseración, agregó:- ¡Nada de querer ahogarse en ellos! ¿No es atroz?

Celina se reía con la dramatización. Como para consolarla, hizo un aporte:

-No creo que pierdas nada. A cambio del viejo rico, apuntá al conserje. Joven y churro como diría mi mamá. Y aunque no tenga plata, a vos no te hace falta -declaró sensatamente.

Sofía abandonó la postura contrita y participó con otra sugerencia:

-¡Brillante! En ese caso, vos debieras ganarte al abuelo. Tiene asegurado el futuro hasta el próximo milenio. Total, los viejos se suelen infartar en la luna de miel -le dijo con una exagerada mueca de cinismo.

-¡Aj! -profirió Celina- ¡No puedo creer que me propongas semejante asquerosidad! Seré pobre, pero tengo un estómago delicado -se cruzó de brazos y adoptó una pose ofendida.

Unos golpes en la puerta clausuraron el espacio lúdico. Las chicas volvieron a la realidad y Celina accedió por tercera vez:

-¡Adelante!

El médico con el pelo de carpincho entró y acercándose a la que llamaron Bella Durmiente, solicitó:

-Afuera está la familia Valdivia que quiere presentarte sus saludos. -Y agregó, como disculpándose:- Y mi mujer Alejandra, y mi cuñado Julián…

Celina y Sofía intercambiaron una veloz mirada. La primera, con una sonrisa inefable, respondió:

-Estaré encantada de recibirlos.