domingo, 15 de febrero de 2009

LAS CARTAS DE SARA - VII

Nina se despertó con la sensación de haber descansado a intervalos. Miró el reloj que estaba sobre la mesa de luz y se levantó de un salto. ¡Eran las diez de la mañana y ansiaba seguir buscando las pistas que la acercarían a Sara! La joven de pelo revuelto que le devolvió la mirada desde el espejo vestía una camisa masculina que le llegaba a mitad de los muslos y cuyas mangas le tapaban las manos. Sonrió sensualmente y se abrazó ciñendo la prenda sobre su cuerpo. Era la ofrenda secreta que le pidió a Dante después de su primera noche de amor. Evocó el voluptuoso despertar en la casa de su amante, el aroma del café recién hecho, sus ropas desparramadas por el piso, la urgente necesidad de verlo. Cubrió su desnudez con la camisa del joven y se dirigió a la cocina. Él estaba de espaldas a la puerta preparando una bandeja con dos pocillos humeantes, una parva de tostadas y… una rosa. Se acercó silenciosamente (eso creyó ella) y estaba a pocos centímetros de distancia cuando él se volvió con rapidez y la proyectó contra su pecho. La boca ávida de Dante cubrió la suya sofocando el grito risueño de sorpresa. Después, la apartó un poco y la miró con detenimiento. Sonriendo, le ofreció la flor, cargó la bandeja y le dijo que volvieran al dormitorio. El desayuno quedó olvidado sobre la mesita de tapa de cristal. Dante le confesó que la vio absolutamente deseable con esa camisa, de modo que ella se la reclamó como prenda de amor. La usó mientras convalecía del ataque porque era un sucedáneo de su presencia. Y anoche, porque era un contacto consolador. Manoteó su pelo revuelto y decidió desayunar y después ducharse. Antes de entrar a la cocina, escuchó la voz de Dante. Charlaba con su madre mientras la mujer untaba rodajas de pan tostado con manteca y mermelada. La expresión del joven cuando la vio, hizo que Rosa se volviera con presteza.

-¿Por qué no te ponés presentable para venir a desayunar? –el tono era de censura.

-No sabía que tenías invitados –le respondió tirándole un beso a su novio.

-¡Nina…!

-Ya voy, ma –le guiñó un ojo a Dante y corrió hacia la escalera.

En cinco minutos volvió a la cocina. Le dio un beso a su madre y otro al hombre mientras se sentaba a su lado.

-¡Qué maravilloso despertar! –exageró- ¿Ya terminaste todos los trámites?

-Gran parte. Llamé para ver cómo sobrellevabas tu ansiedad y Rosa me contó que seguirían leyendo las cartas.

-¡Estómago resfriado! –le espetó a su madre. Y luego, con sonrisa candorosa a Dante:- Mejor, querido. Tres cabezas piensan más que una.

Al joven le divertía el histrionismo de su novia. Al instante, ella recuperó la seriedad y le hizo un resumen de lo que había leído a la noche.

-Estamos buscando alguna señal que explique el silencio de Sara. Hasta ahora, lo único llamativo es un símbolo que exhiben muchos habitantes del pueblo. Leo la carta siguiente:

-“Querida Nina: Te comunico oficialmente que el fin de semana próximo iré a visitarte. ¿Y a que no te imaginás quién me va a llevar? ¡Adivinaste! El doctor Max. Lo pesqué en el momento apropiado. Y no porque me lo propusiera. Ayer le fui a plantear el deseo de darme una vuelta por casa después de casi tres semanas y especialmente el interés que tenía por ver a mi mejor amiga. Me escuchó con la expresión hermética de siempre y me dijo que él debía viajar a la ciudad en dos semanas y que si yo podía esperar me llevaría con mucho gusto. Creo que interpretó mi vacilación de sorpresa como desconfianza, porque para reforzar su ofrecimiento agregó que de ese modo me ahorraría los dos pasajes, ya que él se quedaría hasta el domingo y también podría traerme a la vuelta. Si la oferta no me hubiese tentado per se, este último argumento era lo más adecuado para preservar mis exhaustas arcas. Así que acepté, y el tiempo se ha transformado en una sustancia casi sólida por la que resulta difícil transitar hasta dentro de dos sábados. Sí, sigo siendo la misma ansiosa de siempre. ¿Te acordás del símbolo que me llamó la atención en la fiesta? Averigüé su significado. Le corresponde a una Orden que existe en ese pueblo desde ‘nadie recuerda cuando’ según Francisco. Pertenecen a ella los habitantes más destacados del lugar y la clase media alta. (No todos, porque Max no lo ostentaba. Salvo que lo lleve bajo la ropa. ¿Podré averiguarlo algún día...? (¡Guau!) Después de todo, no es tan malo escribir cartas en vez de usar el correo electrónico. Ésta la vas a leer solamente vos (y la chusma de tu mamá ¡no te enojés, Rosita, es sólo una broma!) y mis pensamientos no quedarán expuestos ante los innumerables hackers de las vidas ajenas.”- Nina se interrumpió:- ¡Cómo me olvidé de que no tienen Internet! Y yo que la bombardeé con mails…

-Y va la segunda vez que me falta el respeto –acotó la madre:- primero me llama gallina clueca y ahora chusma…

-Te pide que no te enojés.

-Lo pensaría si me hubieras leído alguna vez la carta.

Dante intervino para que la disputa entre las dos mujeres no se eternizara:

-¿Habrá algo que interese en esta carta? –Nina lo miró y volvió a la lectura:

-“Prosigo. Quise saber algo más acerca de esta fraternidad, como ser su nombre, origen, motivaciones, funcionamiento en la comunidad, pero Francisco parecía no sólo carecer de información, sino adolecer de un desinterés poco común en un joven acerca de este tema. Analía fue tan reticente como su hermano mayor. ¿Por qué usé reticente? Suena a ocultamiento. Pero esa es la sensación que me quedó después de hablar sucesivamente con Mercedes y Antonio. ¡Es inadmisible que la existencia de una cofradía no dé lugar a habladurías, especialmente entre quienes no pertenecen a ella! No conforme con la falta de respuestas, una idea ruin me ganó. Trataría de sonsacar al pequeño Daniel. Con ese propósito, me adentré en el bosquecillo del fondo esperando encontrarlo al borde del estanque donde le gustaba pescar, imitando a su padre y a su hermano. Aunque este ojo de agua es bastante profundo, parece no presentar alteraciones de comportamiento que impidan pescar y, para quienes naden, darse un buen chapuzón. Como allí no estaba y era un día espléndido, seguí explorando una delgada senda que descubrí la semana pasada. Había dejado un pañuelo turquesa, que llevaba al cuello, anudado a la rama del árbol hasta donde llegué para guiarme en la próxima expedición. El pañuelo seguía en su sitio. Seguí el sendero que se ondulaba entre una profusa vegetación hasta que empezó a descender. Miré hacia atrás y ya mi marca estaba fuera de la vista. Decidí bajar mañana. Cuando llegué a la casa, con la esperanza de charlar con Daniel, encontré una nota de Mercedes donde me anunciaba que se iban a visitar a su hermana, que iban a regresar tarde, y que la comida estaba sobre la mesa. Curiosa la desaparición de toda la familia, ¿no? ¿Tendrá que ver con mis preguntas? A la tarde subí a la bicicleta y fui a tomar un café al “Trust” (el complejo comercial). El bar lo atiende Ada, nativa del lugar y residente de los suburbios. A vos también te gustaría, Nina. Es una mujer de alrededor de sesenta años, de fuerte carácter y excelente disposición. Congeniamos desde el primer día que fui a tomar algo a la cafetería. También sirven comidas rápidas y sándwiches fríos y calientes. A pesar de que declara no haber terminado la primaria, es una ávida lectora y da gusto hablar con ella. Me llego frecuentemente al bar porque a mí me resulta más placentero departir con una persona franca e ingeniosa que intercambiar intrascendencias con las mujeres que me rodean habitualmente. Léase mujeres de médicos, secretarias, etc. Todo esto te lo cuento porque cuando le expuse a Ada mi curiosidad no aplacada, se pasó a la vereda de enfrente. Fue un giro imperceptible pero palpable; un instante abismal de silencio antes de declarar su ignorancia y su falta de interés por lo que a mí tanto me perturbaba. No condecía con su estilo solidario. Acepté su proceder porque intuí que la reserva era defensiva. Comprendí su mirada agradecida por la falta de insistencia y en breve, porque ya la conversación estaba atravesada por el encubrimiento, me despedí y volví a la casa, aún y todavía, vacía. Voy a terminar esta carta gracias a la cual me parece contar con tu presencia de amiga incondicional. Mientras te escribía, decidí preguntarle el lunes a Max sobre la Orden. ¡Ah, estoy de franco! Me toca un fin de semana completo, semana por medio. Espero que cuando nos veamos te pueda develar personalmente EL MISTERIO DE LA ORDEN DE LA QUE NADIE QUIERE HABLAR. Te mando un besote y asumo que tirarás las muletas para recibirme.

¡Rosa y Dante…! Besos para ustedes también.

Sara

P.D. ¡¡¡Los extraño!!!”

sábado, 14 de febrero de 2009

LAS CARTAS DE SARA - VI

El viernes Sara llegó a la clínica pasadas las diez y media de la mañana después de esperar a Melián hasta las nueve y media. Mientras viajaba en el ómnibus, que había demorado una eternidad para su sentir, la inquietud la acometió. Melián la pasaba a buscar todos los días a las ocho y treinta y esta deserción era inexplicable. Con los teléfonos que estaban fuera de servicio desde hacía un mes, era imposible comunicarse con la clínica y aventar la preocupación que la dominaba. ¡Cómo deseaba que las palabras de don Emilio fueran proféticas y ella pudiera anticipar los acontecimientos! Entonces sabría por qué Melián no había venido y por qué el pueblo estaba incomunicado tanto tiempo. Pensó en su amiga Nina y en la necesidad que tenía de verla, de hablar con ella, porque las cartas no podían suplantar la tibieza de su presencia. Pero mejor así, se dijo. Presentía que su amiga correría peligro en ese lugar. Cuando bajó del ómnibus cruzó rápidamente la ruta desierta, atravesó las verdes lajas hasta la puerta automática y casi tropieza con Carolina en su vivaz entrada.

-Creí que ya no vendrías… -le dijo con inflexión admonitoria.

-Me demoré porque Melián no vino a buscarme –explicó sintiendo que su respuesta sonaba a una excusa.

-No sabía que el guardaespaldas era tu chofer –el tono era desdeñoso. Le aclaró:- Esta mañana salió temprano con el doctor Moreno. ¿Así que no tuvo la delicadeza de ponerte al tanto de sus movimientos?

Sara no contestó. Dio media vuelta y se refugió en su oficina. Con el paso del tiempo a Carolina le resultaba más difícil ocultar la antipatía que ella le inspiraba. A medida que avanzaba su relación con Max los desplantes y las indirectas arreciaban. En general las ignoraba, pero esa mañana se habían sumado varios acontecimientos que la debilitaban: las ausencias sorpresivas de Max y Melián y la llegada tardía a su lugar de trabajo. Buscó entre los papeles esparcidos sobre su escritorio alguna nota que esclareciera la marcha inesperada del médico. Después de revisarlos varias veces concluyó que tendría que esperar su regreso para enterarse. Un golpe en la puerta la sacó de su abstracción. Juanita entró con una bandeja que contenía un servicio completo de cafetería.

-Buen día, señorita Sara. El doctor me pidió que le sirviera el café a la hora que llegara. Completo, me recalcó. Supongo que no habrá desayunado…

La joven la miró sorprendida. ¿Cómo supo él que por esperar a Melián no había tomado siquiera un trago de cualquier infusión?

-¡Buen día, Juanita! No desayuné y mi estómago está gruñendo. ¡Gracias!

-Déselas al doctor cuando vuelva. No me animé siquiera a recordarle que el servicio cierra a las nueve. Me lo ordenó ¿sabe? La debe tener en mucha estima porque a mí siempre me pidió las cosas por favor…

Sara le prodigó una sonrisa enigmática. La mujer vaciló y, dándose cuenta de que no habría confidencias, se encogió de hombros y salió. La muchacha dio cuenta del tardío desayuno con satisfacción. Max no estaba pero con ese gesto le decía que la tenía presente. Trabajó de buen ánimo hasta que Juanita le avisó que ya estaban reunidos para el almuerzo. Se sentó en la mesa de siempre y, como al descuido, preguntó:

-¿Alguien sabe adónde está el doctor Moreno?

-¿Acaso no lo sabe usted? –Juanita parecía escandalizada.- ¡Usted es la secretaria y tendría que saberlo!

-La secretaria del doctor es Carolina –le respondió apaciblemente.- Yo soy la empleada administrativa.

-¿Por qué no le pregunta a Carolina, entonces? –volvió Juanita a la carga.

-Porque ella no lo sabe –explicó con paciencia.

-Estamos tan sorprendidos como usted –dijo Milano.- Cuando el doctor tiene una urgencia lo acompaño yo, pero hoy se llevó a Melián –concluyó disgustado.

Sara observó con atención a los comensales. Salvo Dora y Milano que rehuyeron su mirada, los demás se la devolvieron afectuosamente. Terminaron de comer en silencio y ella fue la primera en levantarse para volver a la oficina. ¿Por qué Milano estaba tan contrariado? Por lo que ella conocía, las órdenes del doctor no se discutían. Y seguramente él tendría sus razones para reemplazarlo. ¡Cuánta falta le hacía su amiga pensante para debatir estas impresiones! Una vez le había anunciado una visita frustrada, pero ahora estaba decidida a cumplirla. En cuanto volviera Max se lo diría.