domingo, 25 de julio de 2010

LA HERENCIA - XXVI

Luis fue hasta la cocina y trajo el equipo de mate. Los tres guardaban un silencio meditativo. Después de tomar el primero, le tendió el segundo a Emilia. A ella se le aceleró el corazón cuando se rozaron sus dedos. ¿Su cuerpo volvía a la vida? No creyó que volviera a ocurrir desde la muerte de Edmundo. Se concentró en la bebida para ocultar la mirada al reclamo de los ojos varoniles. El tercer mate fue recibido silenciosamente por Mariana. Parecía haber crecido entre las vueltas de hojas. Un fuerte timbrazo los sobresaltó. Luis se apresuró a atender.

-Son el jardinero y la empleada doméstica que coincidieron en la entrada –comentó al volver de la cocina.- Les dije del trecho a recorrer, pero el hombre viene en una camioneta así que no tardarán en aparecer.

Un vehículo emergió al final del camino arbolado. Los tres se adelantaron para recibir a los recién llegados. Emilia y la mujer se estrecharon en un abrazo y se indagaron mutuamente acerca de sus cosas. La hija también saludó con efusión a la recién llegada y después de saludar al empleado del vivero, ingresaron a la casa mientras Luis se ocupaba de instruir al jardinero. Emilia condujo a Norita por todos los ambientes de la vivienda y la dejó instalada en la planta baja para comenzar con el aseo.

-Tendría que juntar ropa para llevarla al lavadero. ¡Ah! Y aprovechar para comprar la notebook. ¡Fuiste una genia al contratar Internet!

-No es mérito mío, querida, sino de la telefónica que me ofreció un paquete con todos los servicios.

-Igual, mami. Podrías haberte negado.

Al tiempo que se incorporaba, se escuchó el ruido de un motor. A Emilia no se le escapó la expresión suspendida de la joven asociando el sonido con la llegada de Julián. Estuvo extática hasta que se mezclaron las palabras de los hombres. Ninguna de las dos apresuró el encuentro. La solidez de las voces varoniles las confinaban a una zona de seguridad adonde las sensaciones siniestras que las asaltaban en esta casa no podrían lastimarlas. Poco después, asomaron a la cocina Luis y Julián.

-Ya vengo listo para estrenar el natatorio –dijo el vecino con una sonrisa.

-¡Fantástico! –aprobó Mariana.- Juntemos las cosas, mami.

Emilia le indicó a Norita que preparara al mediodía unos sándwiches para ella y el jardinero, y dispuso con su hija dos canastos con víveres y bebidas. Los hombres los acarrearon junto a una mesita con cuatro asientos plegables mientras las mujeres se hacían cargo de la vajilla, el mantel, los toallones y el protector solar. Fue un viaje reflexivo detrás de Luis que los guiaba sin titubeos. El perro los acompañó un trecho para desaparecer luego entre los árboles. Llegaron al pozo después de las nueve. Emilia eligió un lugar sombreado para acomodar la mesa de picnic. Dejaron las ropas dobladas sobre las toallas y caminaron hasta el ojo de agua. Dos hombres y dos mujeres plenamente conscientes de la presencia del otro. Julián se adelantó y, desde el borde, admiró el armonioso andar de Mariana. La malla turquesa sin breteles que le ceñía el cuerpo despertó la fantasía del hombre. Se volvió hacia el piletón y se zambulló para ocultar sus sensaciones.

-¡Tené cuidado! –gritó la muchacha, sorprendida por el arrebato.

Luis llegó junto a ella y le recordó la promesa:

-Voy detrás de Julián. Esperá a que te dé el visto bueno para tirarte –y se arrojó a la piscina.

Mariana y Emilia aguardaron en silencio la aparición de los varones. El primero en emerger fue Luis, lo que provocó un aletear en el estómago de Mariana. Antes de que pudiera expresar su preocupación, Julián asomó la cabeza.

-¡Es muy profundo! No logré siquiera tocar el fondo –dijo agitado.- ¿Hasta dónde llegaste? –le preguntó a Luis.

-Hagamos un segundo reconocimiento. Yo por la izquierda, y vos por la derecha.

-¡Vamos! –aceptó Julián, y se hundieron al unísono.

Mariana, con un gesto de fastidio, le dijo a su madre:

-Y nosotras, ¿qué? ¿No te parece una actitud machista la de esos tipos?

-Tratan de protegernos –explicó Emilia conciliadora- ¿Por qué no traés la pelota en vez de rezongar tanto?

La muchacha se alejó con gesto huraño y volvió, inflando una pelota de brillantes colores, a tiempo para ver asomar a los buceadores.

-No hay obstáculos ni corrientes peligrosas –anunció Julián.- ¿Se animan, señoras? –la sonrisa aumentó el atractivo de su rostro.

La madre se sentó en el borde de ladrillos y tanteó la temperatura del agua con los dedos de los pies.

-¡Está fría! –exclamó.

-¡Tirate de una vez, gallinita…! –provocó la hija en medio de un salto olímpico.

Emilia rió y se sumergió tapándose la nariz. Después de la primera impresión, disfrutó de la frescura. Nadó hasta el centro y se sumó a la conversación del trío:

-¿Cuál será la fuente de este pozo? –acababa de preguntar Mariana- El agua está en perfecto estado…

-Algún curso subterráneo –opinó Luis. Dirigiéndose a Julián:- ¿Otra inmersión?

Los hombres desaparecieron bajo la superficie.

-Juguemos un rato a la pelota… -propuso Emilia.

-Después que concluya mi propio reconocimiento –contestó la hija y, haciendo una profunda inspiración, se clavó de cabeza en la profundidad.

Mariana buceó hacia el fondo donde los rayos del sol perdían la contienda contra las sombras. A medida que descendía una nube de limo, seguramente removido por los buceadores, le opacaba la visión. Bajó un poco más hasta que unos filamentos se enredaron en sus pies. Impresionada, trató de desasirse con un movimiento brusco y comenzó a bracear hacia arriba. La sangre, que retumbaba en sus sienes, le dijo que se quedaría sin aire antes de alcanzar la superficie.

domingo, 18 de julio de 2010

LA HERENCIA - XXV

-¡Mariana! ¿Podés revisar por un momento tu actitud? Parece que quisieras asesinar a tu madre... -la frenó.

Ella se volvió con furia y se estrelló contra la mirada reprobadora de su vecino. La expresión de firmeza desvaneció la ira que la embargaba y se volvió, apenada, hacia Emilia:

-¡Mamita! Perdoname. Ya sé que lo hacés por mi bien... -se acercó y la abrazó. Después lo miró a Julián:- Lo siento...

Él hizo un gesto con la cabeza y tomó la palabra:

-No debemos aislarnos entre nosotros. Quien sea lo sabe y tratará de separarnos -le habló a la joven:- Si querés quedarte para seguir investigando, lo haremos juntos.

Todos asintieron sin discutir la ingerencia del recién llegado. Mariana preguntó:

-¿Qué haremos ahora?

-Tal vez este libro nos aporte alguna pista -opinó Julián levantándolo de la mesa.

Mariana estiró el brazo y lo recibió como antes su madre el cuaderno. Se sentó y lo abrió con aprensión. El joven se acomodó a su lado y la alentó con un gesto. También la mirada de Luis fue continente del temor de Emilia por su hija.

-Vamos por pasos -dijo Julián.- Cuando leíste la carpeta recorrías con la vista los signos, distraídamente. ¿Podés hacer el intento? -preguntó cariñosamente.

La joven asintió. Volvió las hojas y no se esforzó por comprender. Esta vez desenfocó los ojos voluntariamente, como su papá le enseñara para descubrir los paisajes en los libros de 3 D. Recordó que su madre nunca logró visualizar ninguna imagen. Sintió la cabeza liviana de pensamientos y, como cuando era chica, la sorprendió la claridad con que apareció la grafía conocida. Con el corazón batiendo, levantó la mirada del libro y descubrió los rostros ansiosos de sus compañeros. Sonrió ampliamente.

-¡Es como las imágenes en tres dimensiones! Hay que ponerse bizco y las ves. ¡Probá! -se lo tendió a Julián.

El breve intervalo en que los varones y Emilia se esforzaron por hacer visible el alfabeto conocido, contribuyó a la distensión que necesitaban. La madre renunció entre risas a otro intento y lo devolvió a la muchacha. Ninguno había podido reflotar hacia el discernimiento el significado de los símbolos que sólo se revelaron a Mariana. Más tranquila, volvió a la primera hoja y adoptó la postura de intérprete. Después de un momento, leyó:

-“Ahora que murió Dante, estoy libre para poner sobre aviso a mi descendiente. Sé que serás una niña fuerte. Este idioma sólo está abierto a la comprensión de los elegidos y tú serás una. Mi marido me otorgó su conocimiento como regalo de bodas, ínfima porción de su saber infinito. No así a nuestros hijos, ni siquiera a su dilecta Victoria. Ella me odia porque fue mi decisión. Dentro de este círculo ancestral soy una intuitiva que puede percibir la maldad o la fortaleza. Y Victoria es malvada” -Mariana hizo un alto al volver la página y descubrió que ya había leído dos hojas. Los caracteres ocupaban excesivo espacio para conformar las letras. Los oyentes estaban inmóviles. Siguió leyendo:- “Temo por Edmundo. Es débil y pertenece más al mundo externo que al círculo. Debe abandonar esta casa antes de que su hermana lo contamine. Los últimos días de Dante fueron un enigma. Sólo permitió que Victoria lo asistiera. Sospecho que lo indujo a una transmisión anticipada debilitando su poder. Las imágenes del futuro me acechan en cada sueño. No puedo ver el desenlace de esta lucha porque la influencia de Victoria es demasiado intensa. Languidezco día a día por impedir que invada mi mente en busca de la llave que le abrirá la puerta de la inmortalidad. Yo tengo el conocimiento y tú, mi nieta, el don de los elegidos. No leas ningún libro porque a través de ti accederá al conocimiento prohibido. Deberás destruirlos para terminar con esta remota hermandad que se extravió en el tiempo. Estarán en cualquier lugar: en la cabaña, el ático, las bibliotecas. Porque aún al alcance de su mano no puede desentrañarlos. Te espera para valerse de ti. Tratará de engañarte, de destruirte cuando no te necesite. No te desprendas del camafeo. Es un amuleto a través del cual te protegeré. El lago es peligroso. No alcanzo a interpretar la maldad del ojo de agua adonde mis hijos se sumergieron confiadamente. No vayas sola. Vislumbro a un recién llegado que será tu protector. No te separes de él.”- Se interrumpió sofocada por la directa alusión a Julián. Evitó mirarlo porque una oleada de sentimientos contradictorios pugnaban en su interior. Esta nueva mujer que asomaba en la casa de su padre, tanto quería como rechazaba, ser protegida. Retomó la lectura:- “En el octavo día, segundo cuadrante de tu estadía…”- Ahora interrumpió Julián:

-¡Eso es! Eso es lo que escuché cuando quedaste en trance. Mencionaba la palabra cuadrantes. Sí… Tiene lógica –dijo como hablando para sí mismo.- Un cuadrante tiene cuatro lados, y dos cuadrantes suman ocho. ¿Cuántos días hace que están aquí?

Mariana hizo un gesto vago. Pero su madre, pendiente del calendario que marcaría el ansiado abandono de la casa, respondió con presteza:

-Sólo cuatro. ¿Y a qué se verá enfrentada mi hija?- El timbre de su voz se agudizó cuando interpeló al joven como si lo hiciera responsable de los futuros acontecimientos.

-Bien quisiera saberlo, Emilia, para que nada nos tome por sorpresa. Pero si te tranquiliza, estoy dispuesto a quedarme con ustedes hasta el viernes.- Y aunque no quieras- pensó Julián.

Luis encerró las manos de la mujer entre las suyas tratando de infundirle una calma que no sentía. A medida que la muchacha avanzaba en la lectura, el texto se hacía más amenazante. Su mirada escrutó el rostro de Mariana, quien se había mantenido al margen del intercambio de su madre y Julián. Fijó nuevamente la vista en el cuaderno y siguió leyendo:

-“te espera la gran confrontación. Sé que la aceptarás porque no dudo de tu carácter. Permanece rodeada de los afectos cuya energía te fortalecerá. No puedo vislumbrar la manera en que intentará alejarte de ellos. Debes estar en guardia y si lo logra, no te aferres al recuerdo de tu padre sino de tu defensor. Llámalo con toda la potencia de tu mente, que no te desoirá. En el octavo día, debes ampararte invocando a la reina. En su momento sabrás cómo. Sólo a ti te será dado el conocimiento. Cuando se manifieste, habrás logrado la plenitud y el poder de disipar las tinieblas” -allí expiraba el texto como si alguien la hubiese interrumpido. Mariana pasó las últimas páginas, amarillentas por el tiempo pero carentes de símbolos. Cerró el libro y perdió la mirada en algún punto de la sala.

-¿Mariana...? -balbuceó su madre.

-Estoy bien, mamá -contestó.- Ahora me gustaría visitar la laguna.

-¿No tenés nada que comentar de lo que leíste?

-Lo haré a orillas del lago. ¿Por qué no van a ponerse la malla? –sugirió.

-Porque debemos esperar a que lleguen el jardinero y Norita. ¿Acaso te olvidaste? –preguntó su madre.

-Y porque yo tengo que ir a buscar la malla a mi casa –agregó Julián.- ¿Me prestás el auto?

-La llave está puesta –contestó Mariana sin evidenciar impaciencia por la postergación. Parecía haber crecido entre las vueltas de hojas.

Julián salió no antes de hacer el intento de atrapar la mirada femenina que, de consabido, se le negó.

domingo, 11 de julio de 2010

LA HERENCIA - XXIV

La algarabía de los gorriones disputándose la comida sobre el antepecho de la ventana, despertó a Mariana. Se cambió silenciosamente y buscó la malla en su antiguo dormitorio. Se la puso bajo la ropa decidida a inaugurar la piscina natural. Recordó la promesa hecha a Luis y garabateó una nota para dejar en la cocina. Abandonó el paso sigiloso al amplificarse las voces masculinas a medida que bajaba la escalera. Les sonrió y aceptó el mate ofrecido por Julián.

-No esperaba una visita tan tempranera –dijo complacida.

-Aunque me levantaría al alba por vos, estoy aquí porque Luis me invitó a quedarme –respondió penetrándola con una mirada que la hizo sonrojar.

-¿También a ustedes los despertaron los pájaros? –preguntó ella para ocultar su turbación.

-En realidad, los enigmas -contestó Luis.

La joven comprendió que los eufemismos estaban prescritos. Se sentó junto a los hombres y devolvió el mate.

-Que alguien me diga que todo esto es una pesadilla de la que voy a despertar pronto -pidió desalentada.

Julián, abatido por sentirse incluido en el mal sueño, guardó silencio. La seguridad con que reconocía la atracción que le despertaba la joven no operaba cuando se cuestionaba sobre los sentimientos de ella. Su proverbial confianza no podía penetrar la superficie de la mirada huidiza. Las palabras de Luis, quien después de pernoctar tres días en la casa estaba convencido de que la aparición de Edmundo había sido real y que debía responder al pedido que le fuera hecho, le restituyeron la determinación con la que se comprometió a luchar por la muchacha.

-No puedo mentir para consolarte porque estaría exponiéndote a sucesos extraños para los cuales debés estar preparada -dijo Luis tomando las manos de la joven.- Con Julián pensamos confeccionar una lista de acontecimientos, llamémosle inusuales, en la que todos debiéramos colaborar. Estábamos esperando que Emilia y vos se levantaran…

-Aquí estoy. Buenos días a todos –saludó la nombrada, acariciando el rostro de su hija antes de sentarse al lado de Luis.- Después de un mate, soy toda oídos- dijo mirando a Julián.

Éste se lo alcanzó con una sonrisa. Su compañero resumió:

-Queremos anotar cualquier situación que se salga de lo corriente con relación a esta casa. Les pido que tengan la mente abierta a cualquier fenómeno, sin tratar de explicarlo, porque esta madrugada Julián y yo compartimos... Una experiencia anómala -concluyó abruptamente.

-¿Qué les pasó? –inquirió Emilia alarmada.

-A los dos nos costó conciliar el sueño. Alrededor de las cuatro y media de la mañana, llevaba media hora dormido porque la última vez que miré el reloj eran las cuatro, Julián me despertó y susurró que no hiciera ruido. Nos quedamos en silencio, escuchando el roce de pasos que merodeaban por la habitación -la miró a Mariana y le dijo con acento de disculpa:- Pensé que estabas intentando recuperar el libro... -sonrió ante el gesto de la joven, a medias sorprendido y contrariado- Así que estiré la mano y encendí el velador. En el dormitorio no había nadie más que nosotros, pero el libro estaba abierto. Julián comprobó que la puerta tenía puesto el cerrojo como la dejamos al acostarnos –se quedó en silencio.

Las mujeres procesaron el relato y fue Mariana, que al parecer no había comprendido la consigna de Luis, quien hizo la disección de los hechos.

-A ver si entendí. Los despertó un ruido de pasos, encendieron de inmediato la luz tratando de pescarme –le echó una mirada indulgente a Luis,- no ven a nadie, la puerta sigue cerrada y el libro está abierto. A esa hora y cansados como estaban, ¿no es posible que alguno lo haya soñado y que el otro lo hubiera hecho propio sumido en el sopor del sueño?

-No, Mariana –intervino Julián.- Estábamos bien despabilados. El caso es que nadie en los segundos que mediaron hasta dar la luz, pudo haber llegado hasta la salida y desaparecer detrás de una puerta cerrada con llave.

-¿Estamos hablando de fantasmas?

-Estamos hablando de manifestaciones que momentáneamente son inexplicables pero que se están fortaleciendo.

Emilia había escuchado en silencio. Levantó la cabeza y le preguntó al joven:

-¿Por qué decís que están cobrando fuerza?

-Porque se revelan públicamente. Hasta ahora, salvo el trance de Mariana, seguramente son experiencias personales.

La mujer pidió con un gesto el cuaderno a Luis, quien se lo alcanzó junto con un bolígrafo. Lo abrió y se aprestó a escribir.

-Entonces -dice- nosotras empezamos. Cosas extrañas... -recitó, y lo anotó en la hoja a modo de encabezado:- Abogado, corte de luz, descenso a oscuras, golpes en la puerta -a medida que hablaba, escribía. Se dirigió a Mariana:- ¿Nena...?

La chica se encogió de hombros, aún reticente a participar del recuento. Después aportó:

-Si es procedente... Son más impresiones que hechos -aclaró.

-¡No analices! -insistió Luis.- Sacalo afuera.

-Las víboras de la entrada, los retratos, los tapices, los signos... Sensaciones de ataques y de ser vigilada. El galpón, el sótano, la dama del camafeo, el ático... ¿Qué más quieren? -dijo fastidiada.

-Yo soñé con Edmundo antes de venir a la casa -confesó Luis.- Me pidió que no las dejara solas.

Las mujeres lo acorralaron con la mirada. Un brillo adicional iluminó los ojos interrogantes de Mariana.

-Fue un sueño ocasionado por la inquietud -aclaró,- pero me facilitó el contacto con mi intuición. Quiero ampararlas física y emocionalmente, que ningún hecho las sorprenda solas y las paralice. El peligro que corrió Mariana en la cabaña no debe repetirse... -expresó con energía.

-Si nos fuéramos... -murmuró Emilia.

-¡No, mamá! ¡Me prometiste un mes!

-¡Pero no a costa de tu vida!

-¿No te estás excediendo, mamacita? -contrapuso Mariana con enojo.

Julián, que presenciaba el enfrentamiento entre madre e hija, presintió que cualquier influjo maligno que ocupara la casa las estaba ganando para su bando.

domingo, 4 de julio de 2010

LA HERENCIA - XXIII

Siguieron revolviendo el baúl lleno de prendas de los años cincuenta y sesenta. El estado de conservación era bueno pero no vieron nada que se igualara al vestido blanco. Otro arcón contenía prendas masculinas y los restantes, ropa en desuso de niño y niña mezcladas con diversos juguetes. Mariana quedó fascinada por una muñeca de medio metro de altura y la dejó fuera del baúl junto al vestido. Los varones, abocados a la biblioteca, sacudieron los tomos antes de revisarlos.

-¡Vaya que mujer cultivada! –exclamó Luis.- No hay un solo libro escrito en español.

-Ni tampoco en el mismo idioma –agregó Julián.- Algunos en latín, otros en árabe, otros en hebreo… -enumeraba mientras les daba un vistazo.

-¿Cómo podés distinguirlos?

-¡Ah…! Tengo un amigo judío experto en lenguas muertas. He visto cientos de manuscritos en su casa.

-¿Merlin? –Prorrumpió Luis- ¿Leo bien? –le extendió el tomo al joven.

Éste examinó las letras grabadas en el cuero y asintió:

-Yo leo lo mismo.

Fueron repasando las tapas de los libros y descubriendo nombres: Aristóteles, Abul-Casim Maslama Ben Ahmad, Alfonso el Sabio, Artefius, Alberto el Grande, Carlo Magno, Hermes Trismegisto, Platón, Plotino, Dionisio el Aeropagita, Michel de Nostradamus, Johann Wierus, Giordano Bruno, Cagliostro, Paracelso, Cornelio Agrippa. Había muchos tomos más; algunos no revelaban los autores al entendimiento de los hombres. Después de un tiempo, frustrados, abandonaron la exploración. Julián buscó a Mariana con la vista. Estaba parada junto al escritorio y recorría la tapa con la yema de los dedos. Repentinamente, se escuchó el sonido de una cerradura que se abría y una gaveta, en el frente del mueble, se deslizó hacia fuera. La joven profirió un clamor de satisfacción.

-¡Yo sabía que había algo más! ¡Miren! –retiró un cuaderno del cajón.

Emilia estuvo junto a su hija en un santiamén. Le arrebató el hallazgo como si fuera una bomba a punto de estallar.

-¡Mamá!

Los hombres miraron sorprendidos. La madre, con expresión inapelable, lo abrazó contra el pecho.

-Primero lo voy a revisar yo. Tu nueva condición hipersensible te puede llevar a un trance agudo. ¡No voy a correr riesgos!

Luis captó el brillo belicoso de los ojos de la muchacha y el cuerpo preparado para arremeter sobre su madre.

-Emilia, ¿puedo hojearlo? –pidió, tratando de evitar el enfrentamiento.

Ella se lo alcanzó sin dudar. El hombre lo abrió. Después de un momento sonrió y lo devolvió.

-Lo siento, nena. Pero está escrito con los signos que sólo Mariana entiende.

-Entonces, –dijo Emilia- por esta noche se acabaron los misterios. Iremos a dormir y mañana podrá leer el cuaderno. Siempre que no dé muestras de perder la conciencia.

-Te estoy oyendo mamá. No necesitás intermediarios para hablarme – advirtió la hija.

Dio media vuelta y salió de la bohardilla. Julián la siguió preocupado por que el enojo no la hiciera trastabillar. Detrás, bajaron Goliat y el resto del grupo. Ya en el cuarto de Mariana, Emilia siguió dando las órdenes.

-Vas a trasladarte a mi dormitorio. Hay dos camas, así que estarás cómoda. Y a este cuarto lo cerraremos con llave.

La hija no contestó. Estaba totalmente enfadada y no quería perder los estribos delante de terceros. Manoteó un camisón y salió al pasillo rumbo a la alcoba de su madre. Luis miró el reloj y le propuso a Julián:

-También hay dos camas en mi dormitorio. Quedate a pasar la noche.

-¿Por qué no? Me siento un poco fatigado. Llevaré a Goliat afuera –avisó.

Emilia le entregó a Luis el cuaderno.

-Mejor guardalo vos. Estoy tan cansada que si Mariana decidiera leerlo yo no me enteraría. Tengo la sensación de que nos hemos metido en un tiempo distinto al entrar en esta casa. ¿Estaré desvariando?

El hombre se acercó y le acarició la cabeza con ternura. La mano bajó contorneando el rostro y le alzó la barbilla para mirarla a los ojos. Estaban tan cerca que no pudo resistir la tentación de rozar sus labios con un beso. Se separó y le dijo amorosamente:

-Algo de eso hay, querida. Aquí hay misterios que resolver. Lo haremos juntos y prometo velar por tu seguridad y la de Mariana.

La sonrisa confiada de Emilia lo transportó a un mundo sin retorno. Lo besó sorpresivamente en la boca y escapó a su habitación. Los varones durmieron poco esa noche por confiarse las mutuas ilusiones. También Emilia, entristecida por el silencio lapidario de Mariana.