domingo, 26 de diciembre de 2010

DESPUÉS DEL TEMPORAL - I

Sofía caminó cuidadosamente por el reducido espacio de su departamento. Su salario no le había permitido más que acceder a un crédito apto para comprar un monoambiente. Dentro de veinte años sería suyo. Una sonrisa escéptica acompañó este pensamiento. Hice lo que pude, papá –respondió a la voz que la interpelaba desde su interior. ¿Cómo habría podido terminar una carrera teniendo que asistirlo? Sólo había podido perfeccionar el dominio del idioma alemán que hablaba con fluidez por ser la lengua natal de su madre, y estudiar inglés a la distancia que practicaba en un grupo de conversación todos los sábados mientras dejaba a su papá al cuidado de una vecina servicial. Después de enviudar, la salud de su padre se había deteriorado con rapidez. Un accidente cerebro vascular lo dejó parapléjico y ella abandonó los estudios para cuidarlo y sostener la casa. Tres años de esfuerzos desmedidos y privaciones para costear su atención. Algunas veces pensaba que el paro cardíaco que acabó con su vida lo provocó él mismo para liberarse y liberarla de la penosa vigilancia que requería su enfermedad. Sólo la muerte de su madre lo apartó del rol de padre. No pudo superar la desaparición de la mujer que amaba y se fue retirando a una región de desconsuelo adonde su hija no pudo seguirlo. Sofía suspiró para aventar los tristes pensamientos y buscó el bolso de mano. Dentro de unos minutos pasarían a buscarla y, debido a la falta de energía eléctrica, tendría que esperar en la puerta. Guardó los cigarrillos, el encendedor, el lápiz labial, un pequeño espejo, algunos billetes y una linternita. Sopló las velas y, alumbrándose, bajó los dos pisos hasta llegar al palier del edificio. En este momento se alegró de no haber aspirado a un piso más alto. Los continuos cortes de luz habían convertido en un infierno la vida de sus vecinos de los pisos superiores. Desembocó en el hall de entrada y aguardó detrás de la puerta vidriada. El panorama de las calles a oscuras era algo cotidiano. ¿Quién pensaría que la vida se iba a complicar tanto en la modernidad? La historia del mundo transitaba senderos imprevisibles. La tecnología, dirigida hacia la operatividad y la eficiencia, servía a unos pocos privilegiados y expulsaba a las mayorías. Las consecuencias de la falta de inversiones en infraestructura eran enfrentadas a medida que se sucedían, pero la mutación de las reacciones humanas comenzaba a ser inmanejable. Ella pensaba que el hombre era una materia demasiado volátil para ser capturada en una tabla y sentía que se avecinaban cambios inimaginables. Hubiera deseado salir a la calle, pero la inseguridad, incrementada por las sombras, reclamaba prudencia. Vio que un auto se estacionaba al frente. Al volante estaba Sergio, un compañero de trabajo que se había ofrecido a trasladar a las empleadas del sector administrativo. Abrió la puerta y les gritó un saludo. Cruzó la calle para subir a la parte trasera del vehículo adonde ya estaban acomodadas Norma y Carina. La primera le hizo una de sus típicas observaciones:

-¡Te pusiste el vestido rojo! Desde que te lo estrenaste hace dos años, siempre me gustó.

Sofía la miró con sorna y esbozó una leve sonrisa. Esas estocadas hacía tiempo que la tenían sin cuidado; en realidad, le producían cierta lástima.

-A vos, tu ropa nueva te sienta muy bien –retrucó sin acusar el chascarrillo.

Miró por la ventanilla y comprobó que el apagón se extendía como un negro manchón. Parecía que toda la ciudad estaba a oscuras. Interrogó a sus compañeros:

-¿Alguien viene de un barrio iluminado?

Las respuestas fueron coincidentes. Todos estaban sin fluido eléctrico desde hacía al menos tres horas. Mónica, sentada al lado del conductor, opinó:

-Espero que el restaurante esté equipado para la emergencia. No quisiera volver a mi casa a oscuras para cocinarme la cena.

-¡Siempre tan optimista! –acotó Carina riendo.

-¿Quiénes están invitados al aniversario? –preguntó Sofía.

-Los de siempre –dijo Carina.- ¡Ah! También el nuevo contratista. Me parece que va a estar fuera de lugar. Si sólo habla lo indispensable cuando viene a la oficina, con tantos desconocidos va a ser el monumento al silencio –dijo desdeñosa.

-¡Bien que te gustaría que te hablara a vos! –intervino Norma- A pesar de su tosquedad, tiene una buena facha.

-¿Qué decís? –Contestó Carina- Ni siquiera terminó la primaria. ¿De qué se puede hablar con un ignorante?

-¿Quién piensa en hablar? –carcajeó Norma, coreada por los demás.

A Sofía no le causaba ninguna gracia que se burlaran del hombre. Pocas veces lo había visto, aislada como estaba en la oficina de atrás. No lo tenía muy presente, pero recordó que la saludó educadamente la vez que entró con su jefe al pequeño reducto; educación de la que sus superiores y colaboradores carecían. Respiró hondo y se resignó a pasar la obligada reunión. A pesar de haber roto con un montón de hipocresías en sus relaciones laborales, había determinadas ceremonias en las cuales no podía dejar de participar so pena de quedar totalmente marginada. No había construido ninguna amistad en su trabajo debido a sus características personales que no admitían desidia ni pereza en el desempeño de las tareas, pero mantenía con sus compañeras una tolerable convivencia. Estaban bordeando la costa y la oscuridad no disminuía. Sofía se inquietó. No guardaba memoria de un apagón tan extenso al cual se agregaba la inminencia de una tormenta anunciada por relámpagos y truenos distantes. ¿La naturaleza estaba ya completamente fastidiada por la manipulación humana? El atropello al entorno ecológico se había multiplicado en los últimos años. Le vino a la mente el concepto de efecto dominó. Se apartó de las divagaciones al distinguir un resplandor. Sergio disminuyó la marcha y enfiló hacia la zona iluminada donde destellaba con nitidez un cartel anunciando el nombre del restaurante.

-Deben tener su propio generador –comentó aliviado.

El predio estaba atestado de coches. Un empleado, vestido con ropa anaranjada fluorescente, les señaló un lugar donde estacionar. Sergio maniobró con cuidado –había cambiado el coche la semana anterior- y una vez que lo acomodó, esperó que bajaran las mujeres para cerrar puertas y ventanillas. Un camino iluminado por pequeños spots a ras del suelo (que a Sofía le pareció una burla hacia los ensombrecidos habitantes del centro) marcaba el ingreso al comedor. El camarero ataviado de negro y blanco los recibió con deferencia y los guió hacia la mesa adonde ya estaban ubicados el gerente, la escribana y el nuevo invitado. Sofía se sintió aliviada al tener que saludar a tan escasas personas. No le gustaba ser el centro de atención y si hubiesen llegado más tarde más miradas estarían concentradas en ellos. Esta aprensión la conservaba desde la adolescencia y mucho le había costado revestirse de un cierto barniz de seguridad bajo el cual se agazapaba una congénita timidez. Se ubicó al lado de Carina y frente a la escribana a cuyo lado se sentaba Germán Navarro, el contratista rotulado ya con el mote de ‘silencioso’ por sus compañeras. Observó discretamente al aludido y apartó la vista al sentirse hurgada por la mirada del hombre. No había nada que la perturbara más que las personas que se atrevían a escudriñar el alma a través de esa ventana privilegiada. Afortunadamente -¿o no?- eran una especie en extinción. La mayoría ostentaba una actitud huidiza a través de sus ojos. Ella era conciente de participar de ese mismo ocultamiento, y no sólo por timidez, sino por temor a la decepción. Enfocó la puerta y distinguió al camarero conduciendo hacia la mesa a su jefe escoltado por sus secretarias Adelina y Sol. Ambas vestían llamativamente exhibiendo con generosidad sus agraciadas anatomías. Con la primera, Sofía había tenido una desagradable situación por cuestiones de rendición de gastos a raíz de la cual el novio de Adelina fue despedido de la empresa. La secretaria no ocultó su encono contra ella sin reflexionar que la facultad de decidir los despidos la detentaba el dueño de la firma. El gerente se levantó al verlos llegar –a juicio de Sofía- con obsecuencia.

-¡Ingeniero Méndez, es un placer contar con su presencia! –dijo mientras le estrechaba la mano.

Luego, dedicó sendos besos a las secretarias. Cumplidas las formalidades Adelina, que evaluó a los componentes masculinos con rapidez, se ubicó al lado de Navarro. Sol se sentó a la izquierda de Sofía enfrentando al contratista. La muchacha sonrió para sus adentros al pensar en cómo evitaría ser trofeo de alguna de ellas. Tal vez le gustara, se dijo. Sol interrumpió su pensamiento:

-La verdad, bruja, no te había reconocido. ¿Cuántos quilos bajaste?

-Quince –respondió escuetamente.

Sol volvió a la carga:

-Y como quince años menos, también. Supongo que habrás pasado por el bisturí de Melo. Sólo él puede hacer semejante milagro –terminó con una carcajada.

Sofía la observó preguntándose a qué venía semejante agresividad. Antes de que pudiese contestar, Carina intervino:

-Sofía nos tiene acostumbradas a estas sorprendentes metamorfosis. Y que se vea de veinte no es de extrañar, porque tiene menos de treinta –dijo con una lealtad que la sorprendió.

Se sentía extraña y molesta por el tenor de la conversación. No tenía una relación cercana con Sol y se avergonzaba delante de un desconocido que escuchaba sin participar. Se preguntó que opinaría de este diálogo insustancial. Pero no era tan insustancial. Estaba cargado de malicia y descalificación. Quería mostrar una imagen de ella que correspondía al pasado y no a este presente que sostenía con decisión. Esa noche no estaba dispuesta a bajar su autoestima. El camarero se acercó con Rocío y Pablo, un matrimonio que trabajaba en el área de cómputos. Saludaron y se acomodaron en la mesa. Mientras esperaban a los rezagados, un mozo distribuyó canapés y tragos. La charla se generalizó hacia cuestiones laborales. Sofía probó algunos bocaditos y bebió unos sorbos de vino mientras Carina le susurraba su impresión sobre las secretarias. Cuando la mesa se completó, se dedicaron a estudiar el menú para elegir sus platos. Ella eligió pollo a la parrilla y una ensalada de palta, palmitos y apio. Fue una de las que menos participó en la conversación; hasta Navarro, asediado por Adelina, habló más que ella. Amparada por la distracción de la charla, pudo observar con más detenimiento al contratista. No era un modelo de belleza estándar pero su rostro trasuntaba masculinidad. Cabellos oscuros y cortos con algunos toques grises, ojos pardos y penetrantes. Al observar que Adelina acaparaba su atención, sintió una leve punzada de celos. ¡Santo cielo! Si no lo conocía ni había intercambiado más que un saludo con él. ¿Estaba tratando de competir con Adelina? ¿Por cuál razón?