sábado, 28 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XI


Camino a su casa, Ivana evocó el feriado pasado cinco años atrás en la casa de fin de semana. Gael, como siempre, estaba incorporado a la constelación familiar. Era el penúltimo día y todos los hombres se habían ido a pescar.
-¡Estoy harta de cocinar para este regimiento! -se quejó mamá cuya expectativa al comienzo de las mini vacaciones descansaba en los presuntos asados que iba a cocinar el marido.
-Bueno, mami –dijo ella.- Dejalos que se entretengan con la pesca. Es un deporte que sólo a los varones les puede gustar. ¿Te imaginás pasar horas sin abrir la boca? Debe ser tremendamente aburrido.
-Más aburrida es la rutina casera. ¡Y yo que soñaba con ocuparme al mínimo de la comida!
-Escucho una velada acusación bajo tu lamento. Así que tomaré la posta y hoy cocino yo.
-¿Qué? -se atragantó su madre.- ¡Si no sabés freír ni un huevo!
-Pero sé prender el fuego para hacer un asado. Se lo ví hacer mil veces a papi. En cuanto a vos, desaparecé. Subite al auto y andá a pasear por el pueblo. Cuando vuelvas estará todo listo incluida la ensalada y las papas fritas.
Su mamá dudó y ella insistió:
-Andá, mamá. Confiá en mí -dijo con suficiencia.
Que todavía estuviera apantallando las fortuitas brasas, tosiendo por el humo, con la cara tiznada y las guarniciones sin hacer cuando volvió el cuarteto, era culpa del carbón mojado. Lo que desató su ira fueron las burlas despiadadas de sus hermanos mayores que no pararon de reír mientras ella se obstinaba en lograr una llamita. Su padre, después de rechazada la propuesta de ayuda, se dedicó a limpiar los pescados. Gael y Jordi se solidarizaron con su esfuerzo y el primero echó una bolsa de carbón seco sobre las pocas ascuas mientras su hermanito abanicaba el rescoldo con ímpetu. Seguro que el cuadro que presenció su mamá cuando estacionó la camioneta era tragicómico: ella que parecía haber emergido de un bombardeo ignorando las chacotas de Diego y Jotacé; un compungido Gael que no hacía causa común con los muchachos; su papá atareado en aderezar los pescados y un Jordi convertido en tornado humano girando alrededor de las primeras llamas y gritando como un indio. Para resumir, comieron a las cuatro de la tarde porque ella se empecinó en limpiar la ensalada y en pelar y freír las papas. Los comensales masticaban en silencio la carne arrebatada (porque tampoco aceptó ningún consejo de los hombres) salvo los esporádicos resoplidos de risa de sus hermanos controlados por su padre. Se levantó de la mesa cuando Julio César arrojó un trozo sobre el plato de Gael gritando que estaba viva. Corrió hacia el dormitorio que compartía con su madre y, reprimiendo las lágrimas, se miró en el espejo. Era tan lastimosa su imagen, que no pudo contener una carcajada. La risa burbujeó en su garganta ante el recuerdo.
-¿Cuál es el chiste? -preguntó el médico.
-Me estaba acordando del asado del 9 de julio. 
-Te salvé con la bolsa de carbón, ¿eh? -dijo jactancioso.
-Y después te habrás reído con los vagos, ¿eh? -lo remedó.
-Nunca. Te veías tan desamparada ante las burlas que me tuve que contener para no repartir varios golpes.
-Mmm… -dudó ella.
Gael sonrió mientras estacionaba. Tenía tan presente la figura de Ivi sofocada por la impotencia y las bromas, que ciertamente no optó por sacudir a los muchachos por ser hermanos de la joven. Pero también en ese entonces la hubiera amparado entre sus brazos y la hubiera consolado con el recurso siempre reprimido de besarla. Ivana ya estaba abriendo la puerta de su casa seguida por Jordi. Él bajó del vehículo e instaló la alarma. Los alcanzó en el interior a tiempo de escuchar el comentario de la chica:
-¡Qué silencio! Parece que se fueron todos… -Recorrió la casa y declaró al bajar de la planta alta:- Tendrán que arriesgarse a probar mi comida. Pero no te preocupes -le aclaró a Gael.- Después del intento fallido aprendí a cocinar. Y hasta el asado a la parrilla se me da bien.
-No me sorprende con lo obstinada que sos.
Ivana ya estaba revisando la heladera. Sacó unas presas de pollo y verduras limpias. Después, junto a tres papas a pelar, las depositó sobre la mesada.
-Te ayudo -ofreció su amigo.
Ella le alcanzó el pela papas y acomodó la carne en una fuente. Gael la observaba mientras cortaba las verduras y las distribuía sobre el pollo. Alucinó que estaban en su propia casa, que era su mujer y que compartían la rutina de una comida. Un escalofrío de sensualidad lo recorrió al pensar en las connotaciones de la convivencia. Ivi lo apremió:
-¿Es que no sabés usar ese utensilio? Necesito las papas ahora.
-¡Ya, ya, jefa! -dijo él saliendo de su embeleso y pelando rápidamente los tubérculos.
La muchacha los lavó y los cortó en rodajas que acomodó alrededor de la carne y las verduras. Sazonó todo y lo metió en el horno. Dejó lista la ensalada y acondicionó una fuentecita con cuadrados de queso, aceitunas y fiambres. En una panera dispuso pan tostado y tendió ambas al médico:
-Llevalas a la mesa. Aliviará la espera -indicó.
Jordi había distribuido la vajilla y esperaba la entrada. Ivana trajo una botella de vino de la bodega paterna que compartieron entre ella y Gael.
-La picada te salió excelente -le dijo el hombre con gesto circunspecto.
-¿Te aguantaste cinco años para esta humorada? -lo fustigó.
Él sonrió y la contempló con descaro mientras masticaba un trozo de queso. Ella le sostuvo la mirada hasta que, con una carcajada que ocultó su confusión, se dio por vencida. ¡Ojala tuviera la habilidad de Jordi para leer el mensaje que se ocultaba tras las pupilas de su amigo! La alarma del horno fue el mejor pretexto para dejar de plantearse interrogantes. Volvió con la fuente humeante que colocó sobre el soporte que su hermano no había olvidado de colocar. Esta vez la joven se sintió reivindicada. Los varones saborearon y alabaron el plato caliente hasta ultimarlo.
-¡Ivi! ¿Por qué no cocinás más a menudo? -preguntó Jordi.
-¡Ja! - lanzó Gael regocijado.
-Porque la cocina es territorio de mamá -contestó fulminando al médico con la mirada.
-Falta el postre -observó el chico con espontaneidad.
-No vamos a desmerecer este banquete dejándolo trunco -sostuvo Gael.- Hace un día perfecto para ir a tomar un helado a la costa, ¿no les parece? Yo invito -aclaró al ver el gesto indeciso de Ivana.
-¡Vamos Ivi…! -suplicó su hermano.
-Está bien. Ya sabía que todo es perfectible - murmuró la nombrada.
-¡Eh…! -la atajó el hombre cercando sus hombros.- Lo tuyo fue perfecto porque con tu dulzura no hacía falta el postre.
Ella volvió la cabeza para observarlo y sorprender la burla en su mirada, pero se encontró con una inquietante seriedad que la hizo apartarse.
-Bueno -dijo.- Salgamos antes de que se oculte el sol.
Gael los trajo de regreso a las seis de la tarde cuando todavía no habían regresado sus padres ni sus hermanos. Jordi se instaló delante de su computadora y ella, después de limpiar la cocina, se dio un largo baño y se puso el camisón. Intentó analizar las largas horas compartidas con su amigo y las extrañas sensaciones que experimentó. Rehuyó la investigación por tacharla de irracional y estaba dormida cuando llegó el resto de su familia. También el niño durmió. No había sufrimiento en las mentes de mamá y de papá y, en la de Ivi, algo había empezado a resplandecer.

martes, 24 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - X


Ivana y Jordi tomaron un ómnibus para dirigirse a la clínica de Gael. Ella se había puesto un trajecito de falda corta a pesar de haber pensado en vestirse con jean y zapatillas. Después de que el guardia de seguridad les franqueó la entrada, se miró en el espejo del edificio médico y aceptó que el conjunto acompañado por botas le sentaba bien y era adecuado a ese día otoñal. Una peregrina idea cruzó por su cabeza: ¿había influido su hermano en la elección? Lo miró pero él parecía muy entretenido observando la pecera iluminada que ornamentaba el ingreso. Lo llamó para dirigirse a los ascensores. El consultorio estaba en el quinto piso.
-Tiene razón Jotacé -dijo Jordi.- Esta ropa te hace más bonita.
Ivana lanzó una carcajada. ¿También su hermanito tenía la audición más desarrollada? No estaba presente cuando Julio César, a su tosca manera, la alabó. El ascensor se detuvo antes de que pudiera interrogarlo. La recepción del consultorio estaba desierta por ser sábado. Golpeó la puerta de  la  oficina y esperó a que abriera su amigo. Gael la miró con una expresión tan contenida que la perturbó.
-¡Eh, tonto! ¿Acaso tengo monos en la cara? -le soltó para ocultar su ofuscación.
-Buenos días, Ivana -se inclinó riendo para darle un beso en la mejilla.- Es que pensé que no iba a tener otra oportunidad de verte con pollera. -Le tendió el puño al hermano:- ¡Hola, Jordi! Me alegro de verte.
-También yo -respondió chocándole los nudillos.
El médico se apartó y les hizo un gesto para que ingresaran al despacho. Una serie de aparatos estaban ubicados a un costado del escritorio sobre el cual se asentaba lo que Ivana supuso una computadora y después se enteró de que era un electroencefalógrafo. Gael corrió el sillón que estaba detrás del mueble y lo acercó a los dos que estaban del otro lado.
-Para que sea menos formal -comentó.- ¿Querés que hablemos de tu asunto? -le preguntó a Ivi.
-Jordi es quien te va a consultar -dijo ella.
-Bien. Te escucho -el médico se dirigió al muchacho.
Jordi miró a su hermana y se disculpó:
-Quisiera hablar con Gael a solas. ¿Te importa?
Ella hizo un gesto de desconcierto pero reaccionó de inmediato.
-No. Si vos lo querés así -declaró encogiéndose de hombros.
-Ivana, para no aburrirte, ¿por qué no nos esperás en el bar de enfrente? Tomate un café y elegí la porción de torta que quieras. Yo invito -propuso su amigo lamentando perderla de vista tan pronto.
-Sí, Mavi. Por favor -rogó Jordi.
Cuando cerró la puerta tras ellos se sintió tan excluida como los leprosos en la edad media. Cruzó hasta la confitería y pidió un café. Lo sorbió lentamente tratando de relajar su pensamiento. Lo terminó y miró el reloj. Apenas habían transcurrido quince minutos. Pidió otro y una porción de lemon pie. Tomó la infusión jugueteando con la cuchara sobre el postre. Lo dejó porque la ansiedad le había cerrado la garganta. ¿Qué le estaba contando a Gael que no le había confesado a ella? Tonta, tonta, tonta… Él es un especialista. Le hará las preguntas que vos no supiste formular. Pero Jordi, yo soy tu hermana, tu Ivi mamá, no quiero que sufras por ser diferente, no quiero que te desmenucen el cerebro, no quiero que Gael escarbe tu materia gris para llegar a la conclusión de que esas imágenes son el síntoma de una enfermedad incurable… ¡Dios mío! No, no lo podría soportar…
Se levantó atropelladamente y corrió hacia la puerta.
-¡Señorita, señorita! -gritó la camarera.
Se volvió y la miró aturdida. La chica se acercó y le dijo en voz baja:
-No pagó la consumición.
El bochorno, sumado al desconsuelo de la vivencia de la enfermedad de Jordi, la precipitó en un llanto acongojado que dejó atónita a la empleada. Antes de que reaccionara, entraron Gael y Jordi a la carrera. El primero la cobijó contra su cuerpo mientras la calmaba con caricias y palabras. Su hermano se tranquilizó de inmediato porque el sosiego volvía a la mente de Ivi. Gael, sin deshacer el abrazo, la condujo hasta una mesita con asientos continuos ubicada en un rincón.
-Eh, chiquita… -murmuró sobre su sien- contame que te pasó.
-Jordi está mal, ¿verdad? -sollozó.- No me lo ocultes.
-¿Quién te dijo eso?
-El tiempo que te tomaste para revisarlo… -hipó.
Gael le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos. Lo consumió el deseo de secarle las lágrimas a besos, pero se limitó a decir:
-Chica novelera, ni siquiera empecé. Estábamos hablando cuando gritó que algo terrible te pasaba y salimos volando los dos. Y he aquí que te encontramos llorando a moco tendido. A propósito -agregó- tomá un pañuelo.
Ivana lo tomó y se separó del hombre. Se sonó la nariz y preguntó con voz gangosa:
-¿Me jurás que no tiene nada malo?
-Hasta ahora goza de la misma buena salud que vos y que yo. ¿Te sirve eso?
Ella asintió y declaró que iría al baño. Acarició la cabeza de Jordi al pasar y caminó bajo la mirada preocupada de los varones hacia el final del salón. La camarera se arrimó a la mesa y dijo contrita:
-Perdone, doctor, yo no quise avergonzar a su novia. Es que no la conocía y se iba sin pagar…
-Está bien, Sami. Haceme la gauchada de ver si llegó bien al baño. Sin que se dé cuenta… -advirtió.
-Sí, doctor. Después vuelvo a tomar el pedido.
Jordi, aquietadas sus ondas cerebrales, observó la cara abstraída del médico.
-Está bien que Ivi y vos se pongan de novios. Aunque a ella todavía no le florecieron los colores -previno.
-A vos no puedo ocultarte nada con respecto a tu hermana -sonrió Gael.- Pero mi pretensión debe quedar entre los dos. ¿De acuerdo?
-No soy tonto. Si se lo dijera ahora, de puro porfiada te haría la cruz. Y yo quiero que ella se ilumine como vos.
-Pondré todo mi empeño -afirmó el médico.
-Su novia está bien, doctor -los interrumpió la empleada- ¿quieren tomar algo?
-Sí, Sami, gracias. Para mí un café. ¿Jordi…? -le preguntó.
-Café y torta de chocolate.
Ivana, más compuesta, se cruzó con la camarera y se sonrieron. Se deslizó en el banco de madera al lado de su hermano, enfrentada con Gael. Parecía tan inerme con los párpados ocultando sus pupilas, que el hombre estiró el brazo para apoyar la mano en su hombro. Ella levantó la vista en una muda súplica que Gael supo interpretar.
-Te dije que te quedaras tranquila -dijo con firmeza.
Sami se acercó con la bandeja y depositó el pedido frente a los varones.
-¿Quiere otro café? -la consultó a Ivi.
-No. Gracias. -Cuando la chica se retiró, le aclaró a su amigo:- Me tomé dos y pedí una porción de lemon pie. Y no los pagué.
-Yo te invité -rió él.- Y podés repetir lo que quieras.
-Suficiente por la mañana -dijo Ivi.- ¿Vas a empezar a hacerle pruebas a Jordi?
-Acordamos que a partir del lunes -contestó mirando al chico.- ¿Tienen algún programa?
-Pensábamos invitarte a almorzar -intervino Jordi.
-No -aclaró Ivana.- Lo cierto es que no puedo pagar la comida de los tres. Pero puedo invitarte a comer en casa, si querés.
-¿Vas a cocinar vos? -investigó el médico.
-Perdé cuidado. La cocina está a cargo de mamita -rió Ivi recordando un aciago intento culinario.
-Entonces, ¡acepto! -respondió Gael con presteza.

viernes, 20 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - IX


Lena se había excitado con el baile. Sentía que la mejor manera de terminar el festejo era con un buen encuentro sexual. Entró al baño después de Julio y se puso su camisón más insinuante. Se perfumó con la fragancia que a él le gustaba, cepilló sus dientes y su cabello y abrió la puerta al dormitorio. Su marido ya estaba dormido. Lo miró a punto de resignarse pero decidió que esa noche debía ser especial. Se metió en la cama y se pegó a su cuerpo. Sus manos acariciaron lentamente el cuerpo del hombre y bajaron hasta su miembro mientras lo besaba detrás de la oreja.
-Lena… -murmuró adormilado.- Estoy muy cansado. El viaje fue largo...
Ella, sobreponiéndose a la herida del rechazo, siguió besándolo en el cuello y friccionando su pene. La mano de él apartó la de ella y con voz neutra repitió:
-Estoy cansado y quiero dormir. Mañana será otro día.
Se puso boca abajo como para evitar otro intento de estímulo y simuló dormir. Un espasmo angustioso oprimía su estómago. Le dolía repudiar a Lena pero todas sus fibras se rebelaban ante la idea de tener sexo con ella. ¿Cómo confesarle que no podía aceptar un encuentro adonde el deseo ya no existía? Los ahogados sollozos de su mujer lo atormentaron porque se sentía incapaz de consolarla. Treinta años de caminar juntos por la vida se despeñaban en el abismo de una pasión que él no había buscado pero que le había descubierto que aún corría sangre por sus venas. María Gracia era un inesperado regalo en la ruta declinante de su existencia tan sólo jalonada de esfuerzos. Esfuerzos que él se impuso con la arrogancia de poder sostener una familia como su padre no supo hacerlo. Todo tiene un precio, reconoció: la brecha que lo fue separando de Lena y que ambos pensaron en reducir cuando engendraron a Jordi. Sólo que la llegada de su pequeño los precipitó en una demanda de cuidados que terminó por anular la esperanza instalada en su advenimiento. Porque sus sentimientos ya no eran los mismos y lo que debiera unirlos más terminó por separarlos. Se negaron a reconocerlo y continuaron la rutina como si no pasara nada. Lena se dedicó a Jordi y él a su trabajo. A veces deseaba que a ella se le hubiera cruzado otro hombre en su vida para aligerarlo de la confesión que alguna vez tendría que hacer. Aunque ya no la amaba, la quería, y se sentía incapaz de herirla. Las imágenes de su mujer, sus hijos y su amante se alternaron durante horas en su confusa mente hasta que en la madrugada el sueño lo venció. Su hijo menor cerró las compuertas de su cerebro para evitar la congoja que le producían los sentimientos de sus padres. Una sensación de fatalidad lo entristeció al visualizar la vorágine de símbolos que torturaban a su progenitor, porque deseaba cambiarlas como las frutillas en la mente de su mamá y no sabía cómo. ¿Podría ayudarlo Gael? Se durmió con esa esperanza.
Lena se despertó a las siete y miró a su marido con un sentimiento de dolorosa ternura. La humillación de la noche era un recuerdo que se licuaba al resplandor mañanero. Se levantó en silencio, se dio un baño y una hora después bajó a la cocina para preparar el desayuno a sus hijos. Los primeros en aparecer fueron Diego y Jotacé; a las nueve Ivana y Jordi tomaron su café con leche y le anunciaron que iban a pasear y almorzarían afuera. Cerca del mediodía despertó a Julio con un café. El hombre abrió los ojos lentamente y la miró como si no la reconociera.
-¡Buenos días, dormilón! -dijo Lena.- ¿Descansaste lo suficiente?
-Buenos días -farfulló él con voz rasposa.- ¿Qué hora es?
-Casi las once y media.
-¿Por qué no me llamaste antes?
-Porque estabas fundido. Ivana y Jordi salieron y no volverán a comer. Los chicos se fueron a Roldán, de modo que quedamos vos y yo solos. ¿Qué te apetece para almorzar?
Julio miró a su animosa mujer y se sintió miserable ante la generosidad con que retribuía su conducta.
-Tengo un programa mejor -declaró tomándole una mano:- Vamos a salir a comer afuera y después a pasear adonde te guste. Hoy me toca agasajarte a mí.
Los ojos de Lena brillaron conmovidos. Se inclinó para besarlo en la boca y dijo entusiasmada:
-Me voy a cambiar mientras vos te bañás. Esta invitación merece mi mejor vestuario.
Julio rió mientras caminaba hacia el cuarto de baño. El regocijo de Lena mitigaba su culpa, y acalló su conciencia con la promesa de ser gentil con ella mientras estuviera en su casa. Subieron al auto pasadas las doce y media. El hombre eligió una parrilla en la zona de Alberdi y almorzaron a la sombra de unos árboles añosos. La conversación se centró en sus hijos y especialmente en Ivana.
-¡Estoy tan feliz de que Ivi haya aceptado la propuesta de dedicarse exclusivamente a estudiar…! -expresó Lena.- ¿No viste el cambio que sufrió desde que abandonó ese abusivo trabajo?
-Sí. Está más distendida y tolerante. Y hasta parece haber recuperado la lozanía de la adolescencia.
-Está hermosa nuestra niña, y espero que encuentre su alma gemela.
-¡Lena! -regañó Julio.- Parece que estuvieras hablando del príncipe azul. No creo que Ivi pretenda semejante falacia. Es una mujer moderna que aspirará a un compañero de vida.
-Sí. A uno que la ame por sobre todas las cosas. Ésa es la aspiración máxima de toda mujer.
-¿Y su realización personal? -indagó el hombre.
-Creo que es secundaria, porque si no conoce el amor ningún logro profesional o económico le dará plenitud.
-Lo uno no impide lo otro, Lena. La combinación de ambos es la fórmula perfecta. ¿No te parece?
-No lo fue para mí, si lo pensás.
-No fui yo quien te impidió continuar con tu carrera -señaló Julio.
-Es cierto. Quizás tuvimos hijos demasiado pronto y tuvimos que resignar algunos sueños para salir adelante. Yo no me quejo. Vos aprovechaste al máximo el aporte que hice a la familia.
-Si de algo me arrepiento -reconoció su marido- es de haber aceptado sin cuestionamientos tu decisión. Tal vez hoy serías una destacada profesora de historia.
-¡Sería, sería…! -protestó Lena.- La máquina del tiempo no existe, de modo que hablemos de lo que soy. Y soy una mujer agradecida de tener un esposo como vos y los hijos que adoro y a los cuales no renunciaría por ningún sería. -Sonrió y le pidió:- ¿Me pasás la carta para elegir un postre?
El resto de la tarde transcurrió en una agradable camaradería. Realizaron una caminata para digerir la comida y después fueron al cine. Esa noche tuvieron sexo aunque Julio tuvo que imaginar que le hacía el amor a María Gracia. Lena, ajena a este artificio, gozó del último encuentro amoroso con su marido.

domingo, 15 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - VIII


En el transcurso de la cena Gael se interiorizó sobre la renuncia de Ivi al bufete jurídico y su dedicación total al estudio. Aprovechó su autorización para mirarla con detenimiento. La mujer que se le revelaba estaba tan alejada de su conciencia como sus once años deslumbrados por la hermana de su mejor amigo. La Ivi desenfadada, irónica, a veces manipuladora, despreocupada por su apariencia, no se asemejaba en nada a esta criatura que irradiaba femineidad por todos los poros. Se embriagó de su voz, sus gestos, su risa, y la encadenó definitivamente al territorio de sus deseos. Sólo tres personas no captaron su exaltación: Lena y Julio, tal vez por haberlo integrado como un hijo más, e Ivana, que lo había incorporado a su mundo interior como un amigo confidente. Jordi empezó a comprender el significado de los colores que se agitaban en la mente de Gael al asociarlos a su intensa contemplación, y Julio César le dedicó una mirada interrogante a Diego que éste fingió ignorar. Después de la cena, pasaron a la sala de estar adonde estaba preparada la mesa dulce y las bebidas para el brindis. El menor de los Rodríguez se dedicó a seleccionar sus golosinas mientras Diego escogía algunos temas musicales. Bebieron a la salud del homenajeado y mientras los demás charlaban, Ivana y Jordi ensayaron divertidos pasos de baile.
-Te voy a dar un consejo totalmente gratuito -dijo Jotacé acercándose a Gael que miraba con una sonrisa a los bailarines:- Avanzátela rápido porque con este look en cualquier momento te la birlan.
-Gracias -dijo el aludido.- Ya lo había pensado.- Dejó la copa de champaña y se acercó al dúo movedizo. -Permiso, Jordi. Que Ivana y yo tenemos un asunto pendiente -le aclaró uniéndose a los giros.
-Te la dejo a vos -rió el chico y fue a buscar su bebida.
-Mirá que sos patadura -se mofó la muchacha.- ¿Quién te enseñó a bailar?
-Nadie. Ya podés empezar con las lecciones -propuso sin ofenderse.
Ella lo frenó y lo tomó de la mano. Con gestos, señaló sus pies y los de él. Después fue deslizándose hacia el costado, atrás y adelante y esperó a que él la imitara. Poco después, el joven la acompañaba con soltura.
-Me parece que me tomaste el pelo o que aprendés con rapidez -acusó Ivana con recelo.
-Es que sos muy rápida para enjuiciar. Me cuesta enganchar los primeros pasos -le dijo levantando su brazo para que girara.
-¡No paren que sigue el bailongo! -gritó Diego.- Mamá, papá… es la hora de ustedes.
Las notas de un bolero reemplazaron el ritmo rockero. Julio y Lena se acercaron a la pista improvisada y Gael enlazó a Ivi por la cintura.
-No me gusta esta música -declaró ella apartándose.
-¡Vamos! Que es lo que mejor me sale -exhortó su compañero.
-¡No! Que bailen los veteranos. -Lo miró desdeñosa:- No sabía que tenías gustos tan arcaicos. Voy a terminar mi copa -anunció mientras se alejaba.
Gael hizo un gesto jovial y caminó hacia donde estaba su amigo.
-Lo siento, viejo. Quise darte una mano -dijo Diego tendiéndole una copa.
-Te agradezco la experiencia del plantón -sonrió el desairado.- Pero está bien. Si lo tenía que padecer era de mano de Ivi.
-¿Alguien quiere budín inglés? -ofreció Ivana ajena a la charla de los hombres.
-¡Gael! -bromeó Jordi.
-Dame -dijo el nombrado.- ¿Lo hiciste vos?
-Ayudé, nomás. ¿Diego…?
-No. ¿Querés volver a bailar?
-Suficiente por hoy. Dejá que papi y mami sigan disfrutando. -Le tendió su copa vacía:- ¿Me servís un trago?
Cuando su hermano se alejó, se volvió hacia Gael:
-¿Tenés tiempo mañana para charlar un rato?
-Sí. ¿Querés que nos encontremos a las diez?
-Está bien. En tu despacho.
El médico asintió y para su alivio no la interrogó. Diego ya llegaba con la bebida y ella no quería que trascendiera la consulta que tenía que hacer Jordi. A las dos de la mañana Julio declaró que estaba agotado y que se iba a dormir. La reunión se disolvió poco después e Ivana pasó por el dormitorio de su hermanito antes de acostarse.
-¿Me venís a dar el beso de las buenas noches? -sonrió el chico.
-Además -aseguró ella.- Si estás de acuerdo, arreglé con Gael para verlo mañana en su consultorio.
-Está bien. Después podemos invitarlo a almorzar para devolverle la atención, ¿no te parece?
La joven lo miró entre sorprendida e insegura. No era propio de Jordi reparar en detalles corteses. Por otra parte, ella no podía permitirse pagar un almuerzo para tres.
-Quedate tranquila, que nosotros invitamos y él no nos dejará pagar -garantizó el jovencito.
-¿Qué clase de invitación es esa? -preguntó riendo.
-La que él espera. Así que estará muy contento.
Ivana se inclinó para besarlo. Antes de incorporarse le demandó con gravedad:
-¿Cómo sabías que no tenía plata para pagar la comida?
-De la misma manera que sé lo que espera Gael -aseguró.
Ella no preguntó más. Después de la entrevista, tenía mucho que hablar con su amigo.

miércoles, 11 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - VII


La renuncia de Ivi le alivió a Lena la instancia de hablar con su marido. Últimamente estaba tan recargado de trabajo que hasta su carácter había variado. Lo notaba distante y cuando intentaba interesarse por sus cosas las respuestas eran siempre las mismas: “no pasa nada”; “estoy cansado”. Ella procuraba no plantearle problemas en los pocos días que pasaba en la casa entre viaje y viaje, y la decisión de su hija se redujo a un comentario que Julio recibió con complacencia. A pesar de que la actividad de su esposo les proporcionaba un bienestar económico que les permitía vivir con holgura y que contribuyó a garantizar el futuro de sus hijos, Lena añoraba la época en que el trabajo no interfería en el intercambio amoroso con su pareja. Los encuentros sexuales eran, hace tiempo, tan escasos y siempre requeridos por ella, que poco a poco encauzó su libido a la atención de la comodidad familiar. Si hacía memoria, su vínculo se había entibiado a partir del nacimiento de Jordi. Hasta que el niño no cumplió cuatro años y su salud se consolidó, toda su energía se concentró en el enfermizo bebé. La suya y la de Ivana, sin cuya colaboración tal vez hoy su hijo no viviría. Compartieron noches de insomnio, corridas al médico, atención continua de las prescripciones médicas y acompañamiento permanente del pequeño que parecía vigorizarse al calor de tanto amor. Recordó la entereza de Ivi cuando resignó sin reproches la anhelada fiesta de quince. En la época más comprometida para la sobrevivencia de su hermanito repitió un año en la escuela secundaria porque prefirió quedarse libre a desatenderlo. Después se tomó un año sabático antes de ingresar en la facultad de derecho, durante el cual decidió que ella se haría cargo de su carrera. Todo un personaje su Ivi. Lena suspiró mientras pensaba en la principal carencia de la muchacha: un compañero a quien amar. En sus veintiocho años nunca trajo a casa ni siquiera un amorío transitorio. ¿No podía imitar a sus hermanos varones que ya tenían novias formales? Bueno, se dijo, por algo se empieza. Es posible que sin el agobio del trabajo pudiera tomarse un tiempo de esparcimiento y así estar más relajada para el encuentro que con seguridad la esperaba.
-¡Hola mami! -el saludo de Ivana la apartó de sus disquisiciones.
-¡Venís temprano! -dijo con alegría y devolviendo el beso.
-Terminé el examen y me vine para ayudarte con los preparativos para el cumpleaños.
-Gracias, nena. Me vendrá bien una mano. ¿Y cómo te fue?
-¿Y cómo me puede ir teniendo tanto tiempo para estudiar? De diez -afirmó.
-Lo suponía -sonrió Lena- pero me encanta oírtelo decir. Inclinó la cabeza y la miró con atención:- Ese corte de pelo te favorece. Parecés más joven que tus hermanos.
-¿Que Jordi también? -insinuó Ivi burlona.
-No seas insolente con tu madre -dijo Lena con fingido enojo.- Te estoy elogiando.
-Ya sé, mamita… -entonó abrazándola.- Pero te aclaro que mi autoestima está mejorando -la soltó para rematar:- Y ahora dejémonos de alabanzas y decime qué programaste para la cena.
-Una mesa fría para que cada uno se sirva lo que guste y carne rellena al horno como plato principal. De postre, tarta de…
-¡Manzanas! -terminó Ivi.
-No. De frutillas. ¿O vos preferís la de manzanas?
-¡Me muero por la de frutillas! -declaró, guiñándole un ojo a Jordi que las miraba desde la puerta.
-Hola, Ivi -se acercó para besarla.- Es lindo tenerte en casa temprano.
-Es lindo verte y saber que pensás en mí -le contestó deliberadamente.
Su hermanito sonrió y preguntó si lo necesitaban. Ante la negativa de las mujeres informó que estaría leyendo en su dormitorio. Ellas estuvieron trabajando en el agasajo hasta las ocho de la noche, momento en que Ivana anunció que se iría a bañar y cambiar. Después de una larga ducha y en honor al aniversario de su papá eligió un vestido de coctel color borgoña, prenda inusual en ella que gustaba vestirse con ropa informal. Completó su atuendo con sandalias de taco alto y se maquilló levemente antes de abandonar el dormitorio. En el pasillo se cruzó con Julio César que venía de acicalarse. La saludó con un agudo silbido:
-¡Diosa! -exclamó.- ¿Por qué no te vestís siempre de mujer?
Ella le hizo un gesto obsceno que no ofendió a su hermano. La tomó de la cintura y la reprendió alegremente:
-Así te vas a quedar para vestir santos, marimacho. Y sos demasiado linda para tan horrible destino.
-¿Sabés que es la primera vez que me decís una galantería? Descontando lo de marimacho… -le dijo divertida.
-Porque desde que dejaste a esa negrera, el tosco capullo que te contenía dejó salir a una mariposa de bellos colores.
-¡Jotacé…! ¿Tan mal se me veía?
-Es tiempo pasado, hermanita -la besó en la mejilla y le ofreció su brazo:- Vamos a deslumbrar a los otros hombres.
Bajaron riendo y chacoteando. Julio, que recién llegaba a la casa, miró asombrado al dúo que se caracterizaba por pelearse. Ivana se desprendió del brazo de Jotacé y corrió a abrazar a su padre:
-¡Feliz cumple, papi! -le deseó mientras le daba un beso.
-¡Gracias, hija! -la tomó de la mano y le hizo dar un giro:- ¡Estás preciosa esta noche!
Julio César la miró con suficiencia y resaltó:
-¿No te dije? -Y después de saludar con un abrazo a Julio, le demandó:- ¿No es hora de que esta mujercita salga de su cono de soledad?
Ivana respondió por su papá:
-Ya me parecía que ibas a ser tan inoportuno como siempre. Yo no intervengo en tu vida privada y te prohíbo que vos te metas con la mía -dicho lo cual dio media vuelta y taconeó hacia el comedor.
-¿Se ofendió? -dijo el hermano desconcertado.
-Ya la conocés a Ivi. Todo está bien hasta que le hacés la sugerencia incorrecta -predicó el padre. Palmeó a Jotacé en el brazo y lo animó:- Vamos. Pronto se le pasará.
Ingresaron a la estancia del agasajo adonde ya estaban las mujeres controlando los detalles y Jordi inspeccionando la mesa fría. Era un festejo íntimo con la presencia de los miembros de la familia. Padre e hijos se ubicaron alrededor de la mesa esperando la llegada de Diego. Ivana y Lena cuchicheaban sobre los presentes que entregarían cuando estuvieran todos los comensales.
-¡Ya vienen! -La exclamación de Jordi originó una seña de madre a hija a la que respondió Ivana saliendo del comedor.
Mientras buscaba los regalos, Ivi pensó que había algo mal en el anuncio de su hermanito. Sacudió la cabeza y se apresuró a volver. Diego no había llegado solo y Jordi había utilizado correctamente el plural: Gael lo acompañaba. Lo vio saludar a su padre y después fijar la vista en ella. Su amigo la observó con tanta intensidad que se sintió atrapada en una representación donde sólo cabían ella y él. La observación de Julio César truncó la inexplicable turbación.
-¡Despabilate, inglés! Es Ivi, vestida de mujer. Y vos que te comiste que teníamos un hermano más…
-Hola, Gael -dijo Ivana ignorando el exabrupto de Jotacé y besando en la mejilla al aturdido joven.- ¿Cuándo regresaste?
-Esta mañana -manifestó recuperando la compostura.- Y por cierto que se te ve cambiada.
-¡Uf! Por usar un vestido. Miren bien porque no tendrán otra oportunidad -amenazó enfadada.
-Es que Ivi comenzó una nueva vida -intervino Lena.- Ya te vas a enterar. Y ahora, antes de comer, haremos entrega de los obsequios -le hizo un gracioso ademán a su hija para que se adelantara.
-Como siempre, papá, los regalos los compramos nosotras. Los vagos sólo pusieron plata -puntualizó la chica desafiante.- ¡Feliz cumpleaños! -lo besó y le ofreció los dos paquetes.
Julio la abrazó y los aceptó con una risa. Rompió los envoltorios y alabó las prendas que contenían. Cuando se sentaron a la mesa, Ivana aún se preguntaba por qué, si estaba enojada con Julio César, había necesitado escarnecer a los dos varones.

domingo, 8 de abril de 2012

AMIGOS Y AMANTES - VI


Jordi asistió a las sucesivas transformaciones del estado anímico de Ivi. El oscuro paisaje interior que tanto le preocupaba se fue transparentando para ser sustituido por un acantilado castigado por furiosas olas. La última pulverizó las rocas y se deslizó mansamente por la extensa playa que el sol empezaba a revelar. Se acercó al ascensor y la recibió con una amplia sonrisa. Ella lo abrazó e intercambiaron un beso. Después le dijo:
-Es temprano para almorzar. ¿Querés que demos una vuelta por el centro?
-Sí. Vayamos hasta el Monumento y después te invito a McDonald’s.
Ivi hizo un gesto de rechazo y el chico, riendo, le aseguró que era una broma. Sabía que a su hermana le disgustaban las comidas grasosas que a él tanto le apetecían. Bajaron por la peatonal Córdoba hasta el Monumento a la Bandera y caminaron hasta la costa. A Ivana, estar paseando a orillas del río a las once de la mañana le pareció un milagro. Aspiró con delicia el aire entibiado por el sol y descansó los brazos sobre el borde de la baranda protectora.
-Menos mal que mamá te adelantó la plata, porque desde ahora tu hermana es una desocupada y, encima, no me van a pagar el mes que termina. -le confesó a Jordi con despreocupación.
-Yo voy a ahorrar para ayudarte -aseguró el chico.
Ella perdió la mirada en la mansa corriente del río y sonrió. A Jordi parecía no asombrarle su nueva situación. En general, no pedía explicaciones ni detalles de los eventos que sucedían a su alrededor. Los aceptaba con la actitud de quien está al tanto de cada acontecimiento.
¡Ay, Gael! ¿Por qué tenías que hacer este viaje inesperado? Si anoche me urgía hablar con vos, ahora ni te cuento. Tres semanas… Demasiado tiempo cuando no hay obligación de horarios. A vos también te sorprendió la declaración de Jordi, por algo te volviste a mirarme. Supo que estaba angustiada caminando bajo la lluvia y hoy, que tomé una decisión impensada, está haciéndome compañía. ¿Acaso él conocía este desenlace? Me preocupa y no quiero hacerle preguntas que lo encierren en el mutismo. No… Lo voy a charlar con vos, que ahora te sentís con derecho a llamarme nena porque me llevás quince centímetros. ¡Qué pendejo!
Le dedicó su atención a Jordi y le pasó un brazo sobre los hombros.
-¿Seguimos caminando? -le dijo de buen humor.
Su hermano asintió y recorrieron el paseo hasta el final de la baranda que delimitaba la zona segura de la barranca. Un barcito con mesas adornadas por manteles de diversos colores remataba el sector peatonal. Ivana pensó que le agradaría sentarse en la que lucía el mantel blanco y verde y que estaba al lado de la ventana.
-Entremos aquí -indicó Jordi tomándola de la mano.
Ella se dejó llevar sin aparentar sorpresa cuando él se encaminó directamente hacia la ventana. Tomaron asiento y enseguida se acercó un camarero a tomarles el pedido. Cuando quedaron solos, Ivana dijo:
-Era la ubicación que me gustaba -y esperó algún comentario de su hermano quien, como siempre, se abstuvo.
-Nunca tuvimos tiempo de charlar -señaló ella al cabo.- Me temo que estuve tan absorta en ese estúpido trabajo y en arrastrar penosamente mis estudios que vos creciste y apenas me di cuenta de ello.
-No te apenes, Ivi, yo sé que me querés.
-Sí -le dijo mirándolo con amor.- Pero debí decírtelo más a menudo, con palabras, interesándome por tus cosas. Me gustaría saber cómo te sentís en la escuela ahora que empezaste el secundario, cómo te llevás con tus compañeros, si hiciste nuevos amigos…
-Algunos. Y me compré el álbum del torneo para tener cosas en común.
Ivana rió. Jordi era más bien un chico solitario pero se las arreglaba muy bien para congeniar con sus discípulos. Poco los frecuentaba fuera del colegio, pero no le faltaba compañía para ir al cine o a los locales de juego. Aunque no había seguido de cerca su progreso escolar, sabía por su madre que el pequeño era un alumno destacado. Sí, concluyó; no tenía por qué preocuparse de su vida cotidiana. Para preocuparla estaban las inesperadas declaraciones de Jordi, la sensación de que su hermano no necesitaba de palabras para entender o, lo más inquietante, que sabía cosas sin que nadie se las contara. Por eso tenía que hablar con Gael, porque confiaba en su criterio y había sido testigo de la escaramuza con el perro. ¿Y acaso no debía la providencial aparición de los muchachos para rescatarla a la insistencia de Jordi? Les facilitó la dirección de la casa y porfió, ante su pregunta, de que ella se la había dado a conocer. No. Estaba segura. ¿Y anoche? Supo qué ómnibus había tomado y adónde se había bajado. Y ella no le había mandado ningún mensaje como dio a entender su madre. No la contradijo porque deseaba aclarar ese punto con el chico. Y creía que era el momento adecuado.
-Jordi, ¿cómo supiste que viajé en la C? Y que conste, entre nosotros, que no te mandé ningún mensaje.
El jovencito esbozó una leve sonrisa. A Ivana no la podía engañar con el cuento del celular. Los pensamientos de su hermana habían dejado de ser caóticos y ahora podía concentrarse en la contestación que requería su pregunta. Ella era confiable y él necesitaba alguien con quien explayarse.
-Yo puedo ver cosas en la mente de otras personas -confesó.
-¿Querés decir que sabés todo lo que pienso en este momento? -exclamó Ivi alarmada.
-No. Sólo veo imágenes. Como paisajes. O colores. Pero a muchos no los entiendo… -dijo con pesadumbre.
El desahogo de su hermano la angustió. El rostro aún aniñado reflejaba el desamparo propio de quien se sabe diferente y no encuentra un semejante que lo guíe por el laberinto de su singularidad.
-¿Vos creés que tenés un poder… sobrenatural? -preguntó Ivana con voz queda, insegura de haber elegido el término correcto que no provocara la mudez de Jordi.
-No te asustes, Mavi -le dijo apelando al apodo cariñoso de su niñez con el cual diferenciaba a su mamá de su hermana madre- que no soy ningún iluminado. Son mis neuronas, capaces de establecer sinapsis más complejas que las normales. Lo investigué cuando me compraron la computadora. No encontré ningún foro que lo tratara, pero leí mucho sobre la potencialidad del cerebro y sus conexiones.
-Entonces -opinó ella- es posible que haya más personas como vos.
-¿Vos creés, Mavi? -demandó esperanzado.- Necesito que alguien me ayude a ordenar toda la información que voy acumulando y a interpretar lo que desconozco.
Ivana mordisqueó su labio inferior y permaneció con la vista clavada en los cuadraditos blancos y verdes. ¿Es posible que esté hablando de un potencial caso de clarividencia como algo cotidiano? Te creo, Jordi, pero estoy asustada. Tanto si es real como imaginario. Ésta es tu especialidad, Gael. ¿Por qué Jordi no recurrió a vos? Tres semanas…
-Te quedaste pensando -la voz de su hermano la sustrajo de su meditación.
-Lo que pasó con el perro… ¿te acordás? -le preguntó pensando en el episodio de ocho años atrás.
Él asintió.
-Estaba furioso -continuó ella.- Pero cuando te pusiste adelante se calmó y se fue. ¿Podés comunicarte con los animales?
-Veo sus imágenes. Y pude cambiarlas para que se amansara.
-¿Y podés influir en las personas?
-Sólo probé con mamá -hizo un gesto de disculpa.- Para que haga siempre la tarta de manzanas en vez de la de frutilla.
-¡Ah, pícaro! Y con lo que me gustan a mí las frutillas… -rió Ivi. Después, recuperando la seriedad:- Me pregunto por qué no lo consultaste a Gael. Es neurólogo.
-Porque habría sido desleal con mi familia. Antes tendría que haberles contado, pero temía que me consideraran un fenómeno.
-¡Sí que sos un fenómeno, mi amor! -le contestó con dulzura.- ¿Cómo vas a pensar que te íbamos a descalificar con lo que te amamos?
-Vos no, Ivi. Pero mamá y papá se preocuparían y mis hermanos no entenderían. Pero ahora que vos lo sabés, voy a hablar con Gael.
-Está en un congreso -aclaró Ivana.
-Lo sé. Cuando vuelva.
La aparición del camarero con los platos interrumpió la charla y ninguno, posteriormente, la trajo a colación. Volvieron caminando bajo el tibio sol de otoño enfrascados en la relación nacida a partir de la revelación de Jordi.