martes, 31 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXIV



Leo se volvió hacia los Silva con una sonrisa triunfante cuando una ráfaga trajo a sus oídos el distante sonido de un motor. Levantó la mirada y distinguió contra el cielo diáfano la máquina que transportaba la esperanza para su amiga. Ocho hombres desconcertados –los policías, padre e hijo y los cuatro peones de la entrada- vieron a la formal abogada que había logrado espantar al juez, ejecutar saltitos de alegría acompañados de una risa alborozada mientras hacía señas hacia el helicóptero cruzando los brazos.
—¡Vayamos a su encuentro, por favor! —le rogó a Marcos tomándolo del brazo.
Él consintió riendo y la guió hacia la camioneta enlazada por la cintura. La necesidad de sentirla cerca de su cuerpo era cada vez más perentoria. Arturo habló con los uniformados y con sus hombres y subió al vehículo adonde Marcos se había puesto al volante. Leonora, transida de ansiedad, bajó de un salto no bien Arturo abrió la puertezuela. Corrió hacia el interior de la casa para encontrar en el comedor a Camila acompañada de Anacleto. La joven estaba comiendo una tostada bajo la mirada atenta del enfermero. La conocida sonrisa que Leo echaba de menos estaba volviendo a su rostro. Se inclinó para abrazarla y se sentó a su lado.
—El cancerbero me amenazó con devolverme al loquero si no comía —reveló Cami señalando a Cleto con un gesto.
El rostro del muchacho era un caleidoscopio de sonrisas que no ocultaba a la vista de las amigas. Leonora le apretó una mano con afecto y les comunicó: —El médico auditor que pidió Toni está próximo a llegar. ¿Estás en condiciones de sostener una entrevista? —le preguntó a Cami.
—Con tal de irme de ese lugar, disertaría con Rasputín —afirmó—. Pero Toni me dijo que estuviera tranquila, porque el médico que me va a evaluar es uno de los mejores siquiatras del país.
—Ah… Toni —sonrió Leo—. Parece que está empeñado en desmentir las diatribas de su hermana.
—Está contento con su trabajo —aseveró Cami—, y por cierto que en nada se parece a la imagen que me hice de él. Bueno —dijo a modo de disculpa—. Lo ví solo una vez y ustedes discutieron tanto que me fui a encerrar en el dormitorio.
—Otras épocas, amiga —aseguró Leo. Se levantó cuando las voces y el rugido del motor se mezclaron indicando que el helicóptero había tocado tierra—. Voy a ver que pasa. Ustedes esperen acá —le indicó al dúo.
Cerca de la máquina que había aterrizado se aglomeraban los dueños de la finca, el juez, el comisario y Matías -que habían pegado la vuelta cuando ellos regresaron a la casa-, los dos policías, los cuatro empleados de Arturo, y Toni, junto a un hombre joven de porte altanero y otro de edad mediana que departía con Ávila.
—Tengo orden del ministro de salud de constatar el estado siquiátrico de la señorita Camila Ávila —le estaba transmitiendo a Matías—. Si mi diagnóstico coincide con el suyo no me opondré a que sea reingresada a la clínica. En caso contrario ella decidirá adonde permanecer.
—Respeto su trayectoria en la especialidad, pero la validez del informe si no hay convergencia solo puede ser resuelta a través de una junta médica —perseveró Matías.
—Le asiste toda la razón, doctor. Pero el gobernador tiene un interés personal en este caso y su decisión es la que acabo de trasladarle. Cualquier objeción puede plantearla al señor Andrés Rodenas, aquí presente, hijo del ministro —señaló al joven arrogante—. Con su permiso, voy a cumplir mi cometido —cerró el diálogo con su colega, le hizo un ademán al juez para que lo siguiera e ingresaron a la casa en compañía de Antonio.
Matías se dirigió con furia a Leonora: —¡Ya sabía que tu presencia era nefasta! ¡Jamás debí permitir que te acercaras a Camila!
Marcos se lanzó como un bólido contra el médico pero ya se había interpuesto el amigo de Toni: —¡Eh, amigo! ¡Así no se trata a una dama! —dijo apoyándole una mano en el pecho.
—Gracias. Aunque él ya sabe que puedo arreglármelas sola —manifestó Leo despectiva.
—¡De lo que doy fe! —atestiguó Marcos con una sonrisa. Ignorando a Matías que se había apartado al amparo de los uniformados, le tendió la diestra a Rodenas—: Marcos Silva. Escuché tu nombre del examinador.
Mientras se estrechaban las manos, el recién llegado no apartaba la vista de Leo.
—Yo soy Leonora, la hermana de Toni —se presentó.
—Toni no me ha hablado mucho de su familia —se excusó como si debiera conocerla.
—Ni a mí de sus amigos —arguyó ella restándole importancia—. Y ahora me van a disculpar, voy a ver cómo va el interrogatorio —aleteó su mano hacia los hombres y caminó airosa en dirección al pórtico.
La mirada de Marcos prendida de su figura fue un libro abierto para Andrés, a quien había sacudido la aparición de la joven. Casi con indiferencia, preguntó: —¿Es tu novia?
—Me estoy empeñando en ello —lo confrontó verbal y visualmente.
Rodenas, acostumbrado a medir a la corte de aduladores que rodeaba a los políticos, entendió que ni su condición de hijo de ministro haría retroceder las pretensiones de ese rival no contaminado por los rótulos. Paciencia. En la vida nada es absoluto. Cuando ella necesite un pecho para llorar, le brindaré el mío, se dijo fiel a la filosofía que lo mantenía al margen de las decepciones.
—Soy un pésimo anfitrión —se reprochó Marcos—. Te invito a esperar la conclusión del examen adentro de la casa mientras te refrescás con la bebida de tu preferencia —dio al capataz la orden de restringir cualquier ingreso a la morada y guió a su invitado al interior.
En la sala encontraron al dueño de casa, a Toni, y Anacleto, apoltronados en los sillones. Irma venía cargando una bandeja con dos jarras de jugos helados de la que Marcos se hizo cargo.
—Naranja exprimida y duraznos licuados —ofreció la mujer con una sonrisa de gratitud a su asistente—. Le voy a llevar algo fresco a la gente que está afuera —le informó.
—Gracias, Nana. Estás en todo —su mirada buscó sin disimulo la presencia de Leonora.
—Leo insistió en intervenir en la reunión como representante de Camila —le aclaró Toni sensible al rastreo de Marcos.
Él hizo un gesto de aquiescencia y se acomodó con el resto del grupo. La conversación versó sobre generalidades durante la hora larga que duró la entrevista, al cabo de la cual se hicieron ver el perito y el juez.

viernes, 27 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXIII



—Están en camino. Calcule veinte minutos.
—Vamos a entretenerlos, hijo —ordenó mientras se dirigía a la puerta—. Y vos —le indicó a Toni—, si ves que ingresa algún auto antes de que llegue el médico, dejate guiar por Irma hasta el refugio adonde se ocultarán.
Padre e hijo salieron sin esperar respuesta. Leo los alcanzó a medio camino de la camioneta: —¡Voy con ustedes!
Marcos la miró indeciso. Los ojos de la muchacha irradiaban un brillo categórico. Iba a ir. Todavía tenemos asuntos pendientes, jovencita. Como por ejemplo tu ardid para escabullirte. Pero podrías ser de ayuda para distraer al pelotón de la entrada.
—Adelante —abrió la puerta del vehículo.
Leonora se acomodó al lado de Arturo y Marcos subió tras ella. Estaban un poco apretados y el hombre no se preocupó en amoldar su continente al reducido espacio, de modo que quedaron en estrecho contacto. Su cercanía la perturbó y la ojeada que le echó la disuadió de pedirle que se ciñera contra la puerta, tal era el fulgor regocijado de sus pupilas. Se concentró en su contribución para demorar la requisa y se lo comunicó a los hombres.
—Préstenme atención —solicitó—. Adivino que conocen a todos los integrantes de la partida, por lo cual no podrán negarse a que cumplan con el procedimiento. Como yo no conozco a nadie, salvo a Matías y al comisario, podré retrasarlos con formalidades legales si ustedes me presentan como su apoderada legal.
—Me parece apropiado —declaró Marcos y, susurrando, al tiempo que pasaba el brazo izquierdo sobre su hombro—: Acepto que te apoderes de mí legal o ilegalmente.
—Hablo en términos jurídicos —esclareció ella con formalidad—. ¿Estás más cómodo así? —refiriéndose al brazo que se estiraba a su espalda.
—Sí, gracias. Me estaba acalambrando —alegó con aire candoroso—. ¿Te molesta? —era obvio que la estaba provocando.
—No —se volvió hacia el conductor—. ¿Estás de acuerdo, Arturo, en que solo hable yo?
—Totalmente, hija. Seré mudo como una tumba.
—Ni aunque los provoquen, ¿eh…? —insistió.
—Salvo que seas vos… —perseveró Marcos en su rol de conquistador.
Giró hacia él, enfadada: —¿Sabés que te estás portando como un pendejo? ¡No es momento de bromas! —apretó los labios y fijó la vista en el parabrisas.
—No te enojes, bonita —le dijo él con dulzura—. Quería desviarte de tu preocupación. Todo va a salir bien. Palabra —se comprometió.
Arturo estaba estacionando la camioneta lo que obvió su respuesta. Marcos bajó y esperó a que ella hiciera otro tanto. Sin aguardar a padre e hijo, se dirigió hacia la tranquera, detrás de la cual esperaban los visitantes. Conocía a Matías y al comisario. Infirió que el individuo robusto de mediana edad, trajeado, y flanqueado por dos policías, debía ser el juez.
—Buenos días. Soy la doctora Castro, apoderada de los señores Silva —dijo en tono competente—. Quisiera que me pongan al tanto del motivo de su solicitud.
—En respuesta a la denuncia efectuada por el doctor Ávila, yo, como juez de este departamento, he librado una orden de allanamiento para revisar la casa y retirar a la señorita Camila Ávila para que continúe su tratamiento en la clínica.
—¿Sería tan amable de presentarme su identificación? —fue la respuesta de Leo al pomposo discurso.
—¿Cómo? —se encolerizó el juez.
—Debo verificar su identidad.
—¡Aquí todo el mundo me conoce, especialmente el dueño de la finca! ¿No es así, Arturo?
El nombrado hizo un gesto de disculpa y no contestó.
—Si usted exhibe sus credenciales, nos ahorraremos tiempo. No creo que deba recordarle las disposiciones del código procesal penal sobre allanamientos… —la voz de la joven tuvo un dejo peyorativo.
—¡Están tratando de ganar tiempo, juez! —gritó Matías—. ¡Nadie pondrá en tela de juicio su identidad ni la del comisario! ¡Proceda ahora o tendrá que hacerse cargo de la desintegración sicológica de mi paciente!
El juez estaba lo suficientemente enfadado esa mañana. El médico, en compañía del comisario, lo había despertado a las siete y ahora, sin medir sus palabras, lo desairaba delante de testigos. ¡Y esa abogadilla presuntuosa…! Lo que supuso una operación de rutina se estaba transformando en un oprobio. Aunque tuviera los hombres necesarios, no podría ingresar a la finca por la fuerza. Él era un hombre de ley y se había confiado en el conocimiento que tenía con sus vecinos sin imaginar que habría un intermediario. La joven no parecía perturbada por los exabruptos del médico y mantenía la mirada fija en él.
—Doctora —dijo con calma e ignorando el desplante de Ávila—, sabe que con su actitud solo postergará el registro. Sus propios clientes, si les permite expresarse, avalarán mi identidad. Esto evitaría roces innecesarios entre pares —terminó conciliador.
Marcos miraba la escena con aire divertido. Su muchachita parecía muy segura en el rol de encargada y esperó su respuesta al llamado del juez.
—Lejos de mi intención está malquistarme con un colega —expresó ella con deferencia—, pero hasta usted me censuraría si no observara el protocolo. Podrán cumplir con la orden tan pronto verifique las identidades de los que ingresarán en la propiedad.
El juez comprendió que la chica no daría su brazo a torcer por lo que decidió no seguir polemizando: —Usted gana, abogada. Volveré con mi credencial y el requerimiento que identifica a los funcionarios, pero quedarán los agentes para garantizar que nadie abandone el predio.
Mientras ella asentía con un gesto, volvió a escucharse la protesta de Matías: —¡Les da la oportunidad de que la saquen por cualquier lado de la finca! ¡No puedo creer que se preste a esta artimaña!
—Si no deja de vomitar estupideces —amenazó el juez—, tendrá que solicitar auxilio legal en el pueblo próximo. Ahora volvamos a mi despacho —le demandó.
El médico caminó hacia su auto sin proferir palabra, seguido por el magistrado y el comisario. Mientras se alejaban hacia la ruta, se entrevió en el horizonte la lejana silueta de un helicóptero.

lunes, 16 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXII



Leo ocupó la habitación que le asignara Arturo con Camila. Su amiga se había dormido en el trayecto y Toni la cargó hasta el dormitorio. La depositó sobre la cama y le preguntó a su hermana en voz baja: —¿Creés que estará bien?
Ella sonrió y le acarició la mejilla: —Quedate tranquilo que está en proceso de desintoxicación. Apenas podamos consultar a otro médico, se aliviará.
—¿Por qué no las fui a visitar más a menudo? —dijo pensativo.
—Porque “a menudo” sería si hubieras venido más de una vez, analfabeto.
Antonio rió francamente. La insubordinación de su hermana había terminado bien y él había descubierto, en la extraña concatenación de sucesos, sentimientos fraternales profundos y una inédita sensación de totalidad al tener en sus brazos a la frágil compañera de Leo. Sí, señor. Era imperdonable que se hubiera privado de ese acercamiento que enriquecía todos sus sentidos.
—Andate de una vez que quiero acomodar a Camila y acostarme —la voz parsimoniosa de Leonora lo apartó de sus divagaciones.
—Sí, hermanita. Descansen tranquilas que aquí hay dos guerreros para cuidarlas —presumió, mientras se inclinaba para besarla en la mejilla.
La carcajada burlona de Leo no lo apabulló. Se despidió arrogantemente y bajó la escalera con alegría inusitada. En la sala, esperaron a Marcos junto a Cleto y Arturo. El hombre lo miró con una sonrisa bonachona: —Has cuidado de Camila como a un tesoro. ¿La conocías de antes?
Antonio no rehuyó la respuesta: —La ví solo una vez, pero recién me acabo de fijar en ella. ¿No es paradójico que este lugar me haya brindado un trabajo, el  reencuentro con mi hermana y la posibilidad de relacionarme con la mujer esperada?
—Los caminos del Señor son inescrutables —sentenció Arturo—. Lo cierto es que el tuyo parece muy promisorio. De vos depende la suerte del recorrido.
—No lo voy a estropear —aseguró con solemnidad.
El distante ronroneo de un motor anunció el arribo de un auto. Cleto anunció que le acercaría un medicamento a Leonora y ellos se asomaron al exterior. Del vehículo bajaron Marcos e Irma.
—¡Le dije a Quito que era innecesario traerme a la estancia! —rezongó la mujer—. ¡Ningún muchachón se atrevería a invadir mi casa!
—Papá, sosegala a Nana. Me aturdió durante todo el viaje —pidió su hijo.
—Irma, yo dí la orden porque no quiero dejar ningún detalle librado al azar. Mañana estarás de vuelta en tu casita —Arturo respaldó el reclamo de Marcos.
Ella frunció el ceño pero no se animó a contradecir a don Silva. Muchos años a su servicio y el reconocimiento por haberle confiado la crianza de su hijo, le generaban un absoluto respeto.
—¿Adónde están las niñas? —preguntó, dando por zanjada la protesta.
—Ya se acostaron —dijo el estanciero—. Y nosotros haremos lo propio. Tu habitación está lista como siempre.
—Gracias, don Arturo. Mañana yo prepararé el desayuno —aclaró antes de subir.
—¿No me vas a dar un beso? —la atajó Marcos.
Se volvió hacia su muchacho y se dejó seducir por la sonrisa cariñosa. Él se le acercó y la envolvió en un abrazo al cual ella respondió con el beso. Después subió hacia su cuarto y, antes de entrar, se detuvo en la puerta del que albergaba a las jóvenes. Escuchó el murmullo de una conversación y golpeó con discreción. Leo abrió y la saludó con una sonrisa.
—¡Pasá, Irma! Vas a conocer a Cami que está pronta a recuperarse —formuló con entusiasmo.
Se acercaron a la cama adonde estaba tendida Camila. Cleto, sentado al borde del lecho, sostenía la mano de la fatigada muchacha. Irma, al ver que tenía los ojos cerrados, no le habló.
—Dejémosla descansar —le susurró a Leonora—. Mañana la tonificaré con un buen desayuno.
La joven la despidió en la puerta con un beso al tiempo que Anacleto se levantaba para retirarse.
—Ya sabe, señorita Leo —murmuró—. Solo déle la pastilla si se despierta y se pone inquieta.
—Entendí, Cleto. Si no lo puedo manejar, te aviso —aseguró para tranquilizarlo.
—Hasta mañana, entonces.
Apenas quedó a solas con Camila, le quitó con cuidado el calzado para no despertarla y la cubrió con la sábana. Su amiga entreabrió los ojos y musitó unas palabras que no llegó a captar. Al inclinarse sobre su boca, escuchó: —No te vayas, Leo…
Se descalzó y, vestida como estaba, se tendió a espaldas de Cami y la abrazó. Le fue murmurando palabras tranquilizadoras hasta que el sueño las atrapó. Camila le pidió agua a las tres de la mañana y ella, al notar su agitación, le suministró la pastilla que le había dejado Cleto. A poco, volvieron a dormirse. Se despertó temprano y relajada. Su mente pergeñó algunas apreciaciones humorísticas antes de abandonar la cama: ¡Ah, Cami…! Nada más alejado de tus aspiraciones que dormir conmigo, ¿eh? Si todo sale bien, la realidad estará más próxima a tus sueños que si hubiéramos viajado al sur. Yo podría considerar los sentimientos que me inspira Marcos… y asistir a una utopía inesperada: tu posible relación con Toni… ¡Y no estoy delirando, querida amiga!, porque el vago ha cambiado. Está entusiasmado con el trabajo y no pidió permiso para auxiliarte. Lo hizo como si fuera tu genuina pareja. Y aunque vos estabas un poco ida, se te veía muy confiada a sus cuidados. ¿Me estaré contagiando de tus quimeras?
Un ligero golpe propinado a la puerta suspendió su juego mental. Se bajó del lecho con sigilo y se asomó al pasillo. Cleto y su sempiterna sonrisa la confrontaron con la realidad.
—Buen día, Anacleto —lo recibió en voz baja y con una sonrisa—. Cami todavía duerme tranquila, gracias a tu pastilla. ¿Te parece que la despertemos?
—No, señorita. El dormir la recuperará más rápido. Cuando se recobre, a lo mejor esté en condiciones de bajar y desayunar en la mesa. Los demás están reunidos—acotó.
—Bueno, Cleto. Me cambio y estoy con ustedes.
Demoró diez minutos en la ducha y otros diez para vestirse. Comprobó que su amiga descansaba con sosiego y bajó al comedor. Sus ojos, emancipados de su voluntad, buscaron los de Marcos. Él le devolvió una mirada colmada de signos que Leo se resistió a descifrar; detrás de la emoción inocultable subyacía una recriminación que no tardaría en manifestarse en palabras. Saludó a todos y se acercó a la mesa.
—Buen día, querida, sentate que ya te alcanzo tu taza —dijo Irma.
—¿Descansaron las amigas? —la pregunta de Antonio tenía un matiz incluyente.
—Como angelitos. Cami todavía duerme —aclaró, despejando el implícito interés de su hermano.
—Te alegrará saber que Toni consiguió que un psiquiatra evalúe hoy mismo a Camila —le informó Marcos.
—¿En serio? —exclamó con asombro—. ¿Y cómo lo lograste? —la pregunta la dirigió a su hermano.
El joven le explicó sucintamente el pedido a su amigo y la promesa de acudir personalmente junto al facultativo dada la urgencia del caso.
—Vendrán esta mañana en el helicóptero de la gobernación. Para impresionar —agregó con gesto malicioso.
Antes de que Leonora siguiera indagando, sonó la chicharra del intercomunicador. Arturo atendió y después de un expresivo intercambio con su interlocutor, se volvió hacia Marcos.
—En la entrada están el juez, Matías, el comisario y dos agentes con la orden de restituir a Camila a la clínica. ¿Cuánto podés apurar a tu amigo? —le preguntó a Toni.

domingo, 8 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXI



La joven intuyó que no mentía. Midió el continente del médico y dedujo que no lo aventajaría en fuerza. Debo distraerlo. ¿Por qué no lo participé a Marcos? Ya nos estaríamos yendo… Bueno, estúpida. Es tarde para lamentarte. ¿Qué le harán a Cleto? ¡Por Dios! Primero tenemos que salir de esta trampa…
—Cami… —le susurró—, hacete la desmayada...
Su amiga se aflojó y fue cayendo hacia el piso mientras ella invocaba el auxilio de Matías: —¡Ayudame! ¡No puedo sostenerla! —gritó histérica.
El médico reaccionó maquinalmente. Cuando se acercó, Leo aprovechó para manotearle la jeringa y la lanzó al otro lado de la habitación. El hombre gruñó su desconcierto y se proyectó para recuperarla. La joven había destrabado la llave cuando la alcanzó. Se dio cuenta de que Matías ya no dudaba a quien administrar la droga, de modo que recurrió a los métodos de defensa más tradicionales: gritó a pleno pulmón y, en el momento que se abría la puerta, lanzó una patada feroz contra la entrepierna del hombre que se abalanzaba sobre ella. Se volvió a medias, dispuesta a enfrentarse con Luis, sin descuidar al médico que estaba encorvado sobre sus testículos. Los seis hombres agolpados a la entrada miraban la escena con expresión atónita.
—¡Juro que nunca te contradeciré, querida! —declaró Marcos con gesto divertido mientras le abría los brazos.
Se refugió sobre el pecho varonil, mientras murmuraba su nombre con alivio.
—¿Estás bien? —le preguntó él con ternura.
—¡Yo, sí! —contestó.
Se desprendió del abrazo y giró hacia donde yacía Camila. Toni se había adelantado y sostenía a su amiga procurando ponerla de pie.
—¡Detenga a esta mujer, oficial! —jadeó Matías recuperándose del ataque.
—¿Bajo qué cargo? —inquirió el policía, aún impresionado por el hecho que acababa de presenciar. 
—¡Invasión de propiedad, intento de secuestro y violencia contra mi persona! —rugió.
—¡Él…! —la mano de Marcos ahogó la protesta de la chica enfurecida y la inmovilizó contra su cuerpo.
—Comisario, salgamos de esta habitación y le explicaremos por qué estamos aquí —solicitó Arturo.
El agente le indicó la puerta al médico para que abandonara el lugar. Lo siguieron Luis, Cleto, Arturo y, detrás, Marcos y Toni junto a las mujeres, siendo éstos los últimos en abordar el ascensor.
Leonora se apoyó, con gesto huraño, en el tabique trasero. Estaba enfadada con Marcos porque le había impedido exponer al policía su versión de los hechos. También, bajo ese talante, esperaba que olvidara el compromiso de mantenerlo al tanto de su accionar. Aunque la postura casi ¿burlona? del hombre que la enfrentaba cruzado de brazos le sugería, más que olvido, postergación. Desvió la mirada hacia el dúo conformado por Toni y Camila. Su hermano se había hecho cargo de la custodia con absoluta normalidad. La sostenía contra su perfil al cual se había amoldado la desfallecida figura de su amiga. “¿Acaso…?”, llegó a pensar antes de que la puerta automática del elevador se deslizara para dejarles el paso libre. El resto del grupo ya estaba reunido en la recepción. Al acercarse, contempló el semblante descompuesto de Matías, que había mudado de la furia a la inquietud. Se preguntó qué habían hablado mientras ellos se acomodaban en el ascensor.
El oficial se aproximó a Camila para interrogarla: —Señorita, ¿está usted en condiciones de responder algunas preguntas?
Ella asintió con un movimiento de su cabeza.
—Diga su nombre y lugar de residencia.
—Camila Ramos. Vivo en Rosario —dijo con algún esfuerzo.
—¿Puede identificar a estas personas?
—A mi amiga Leo, a su hermano, a Cleto, al custodio y a mi primo Matías.
—El doctor opina que debería permanecer en la clínica para continuar el tratamiento. ¿Cuál es su deseo?
—¡Irme! Estoy aquí en contra de mi voluntad… —sollozó.
—Ella no está en condiciones de decidir —intervino el médico—. Agente —advirtió con arrogancia—, si accede a su pedido cometerá un grave error y tendrá que rendir cuenta a sus superiores.
—Doctor —dijo el uniformado— si usted estuviera más involucrado con esta comunidad, sabría que soy el comisario. Como la señorita parece gozar de todas sus facultades, respetaré su voluntad. Cualquier objeción acerca de mi dictamen, preséntela a un juez —se dirigió a Arturo—: Señor Silva, confío en que me mantenga informado acerca de la salud de la paciente y el reconocimiento al cual se han comprometido.
—Así será, comisario —asintió el hombre.
—Quedan en libertad para retirarse.
Salieron seis tras la orden de Marcos a Cleto para que los siguiera. Aún les llegó la voz airada de Matías señalando al funcionario su incompetencia y su decisión de apelar a la justicia.
—Vamos todos para la finca —dispuso Arturo—. No quiero arriesgarme a que este medicucho fuera de sus cabales intente recuperar a su paciente por la fuerza.
—¿Cómo podría hacerlo? —preguntó Leo perpleja.
—Tiene influencias y dinero para juntar un puñado de esbirros —contestó Marcos—, aunque dudo de que se atreva. De cualquier manera, será mejor estar juntos en la estancia. Cargalos a todos en la camioneta —le dijo a su padre— yo me llevo el auto de Leonora para recoger a Irma.
La joven, comprobando que Toni seguía dedicado a Camila, estuvo a un tris de ofrecerse para acompañarlo, pero desistió para no adelantar los seguros reproches por su proceder.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XX



Marcos corrió hacia el dormitorio seguido por Toni. Al regresar, le preguntó a Irma: —¿Adónde puede haber ido?
—¡No sé, Quito! A mí no me dijo nada —se quedó pensativa—. Alguien la llamó cuando nos acostamos después del almuerzo.
—Aparte de nosotros, solo conoce a Mario y Cleto. No creo que Mario osara comunicarse con ella después de mi advertencia. Debió ser Cleto —apretó los labios—. Y Leonora me aseguró que no actuaría sin consultarme… —su tono era de perpleja contrariedad.
—Te lo dijo para zafar —aseguró Toni—. Es mejor que salgamos a buscarla antes de que se meta en líos.
—Vamos —admitió su empleador. Le pidió a Irma que los llevara hasta la cochera donde la joven guardaba el auto y le recomendó—: Cuando venga papá, decile que fuimos para la clínica a buscar a Leo.
—Descuidá, querido —lo tranquilizó la mujer.
Al perder de vista al auto, entró a la casa. No podía creer en la audacia de la chica que no solo había osado mentirle a Quito, sino que se arriesgaba a una aventura acompañada por un muchacho que, a su criterio, estaba falto de algunas luces. ¿Su decisión habría tenido que ver con su advertencia de que no se expusieran? ¡Ah…! ¿Por qué se había anticipado en su afán de proteger a Quito? Si no hubiera abierto la boca probablemente Leo se hubiera confiado al hombre y no estaría en dificultades. Los pensamientos de alarma y culpa la agobiaron durante los largos minutos que esperó a don Silva. Apareció media hora después de que hubieran partido Marcos y Toni.
Al igual que su hijo, le preguntó a la perturbada mujer: —¿Qué pasó, Nana?
Irma le explicó, visiblemente alterada, la desaparición de Leo y la veloz marcha de los jóvenes en el auto de la muchacha, anexando el encargo de Marcos. Arturo, antes de irse, intentó tranquilizarla.
—Andá a descansar que nada grave va a suceder. En cuanto tenga alguna noticia, te llamo.
Irma se sentó en la reposera de la sala. Esperaría el llamado, pero no acostada.
∞ ∞
Desde su ubicación, Leonora vio al guardia alejarse de la puerta. Cruzó la calle y se acercó a la entrada vidriada ensordecida por el batir de su corazón. La figura de Cleto apareció detrás de la puerta y le hizo señas. Cruzó con rapidez la puerta automática que se abrió al acercarse y, sin cruzar palabras, lo siguió hasta el ascensor. Anacleto manipuló con precisión las llaves hasta introducir a Leo en la habitación de Camila. Antes de que sus ojos se amoldaran a la penumbra, le advirtió: —Tiene media hora. Luis termina la ronda en cuarenta y cinco minutos y necesitamos diez para dejar todo en orden —sin esperar a que le contestara, se marchó.
Leonora caminó hacia la cama adonde reposaba su amiga. Se inclinó sobre ella y observó el rostro sereno y el leve movimiento del pecho al ritmo de su respiración. La miró como si deseara fotografiarla y pensó que había pasado demasiado tiempo desde que la había despedido. Debo despertarla sin demora. Tenemos que irnos de aquí antes de que regrese el guardia. Parece tan tranquila… Me da pena molestarla.
Pasó a la acción. La sacudió con suavidad hasta que Camila abrió los ojos. Esperó hasta que una chispa de reconocimiento brilló en sus pupilas.
—¿Leo? —balbuceó.
—¡Sí, Cami, soy yo! No debemos perder tiempo —susurró—. Debemos salir de este sitio. ¿Podés incorporarte?
Le pasó los brazos bajo los hombros y se enderezó lentamente hasta que Camila quedó sentada en la cama.
—¡Leo…! —dijo con dificultad—. Me puso algo en la bebida que me sirvió… Me dio un vahído y después no recuerdo nada más.
Leonora la abrazó: —¡Después me contás todo! Ahora urge que nos vayamos. Te traje ropa y zapatos. Apoyate en mí para vestirte.
Tuvo que desplegar toda su fuerza para sostener a su amiga que, siendo de apariencia endeble, se doblegaba bajo los efectos de la permanencia en la cama y la escasa ingesta de alimentos. Una vez cubierta, la enlazó por la cintura para ayudarla a caminar. No llegaron a abrir la puerta, que fue empujada hacia adentro por el custodio de la clínica a quien seguía Matías.
—¡Te advertí que no te acercaras a mi paciente! —dijo con gesto amenazante—. ¿Adónde te creés que vas?
—¡Afuera de aquí! Camila va a ser evaluada por otro médico —expresó con voz firme.
—Has incurrido en un delito al irrumpir en la clínica sin autorización y entorpecer el tratamiento de un internado. Me temo que pasarás la noche en una celda —se dirigió a Luis—: ¿cómo diablos logró franquear la entrada? ¿Dejaste la puerta abierta?
—¡No doctor! Solo Cleto pudo haberla accionado por dentro y abrir con su llave la puerta del ascensor y del cuarto —se defendió el guardia.
—¡Buscalo! —ordenó con rudeza—. Y llamá a la comisaría para que se hagan cargo de esta intrusa.
—Yo no sé que te traés entre manos para haber sometido a mi amiga, pero tené la seguridad de que nos vamos de aquí —Leonora intentó acercarse a la salida remolcando a Cami que caminaba con esfuerzo.
Matías clausuró la puerta con llave y sacó una jeringa del gabinete colgante. La llenó con una sustancia ambarina y expuso con frialdad: —Si seguís adelante, me da lo mismo inyectártela a vos o a Camila. Para ella es la continuidad del tratamiento. Para vos, el comienzo, dada la alteración que demostrás.