Grité al
cruzar la ruta pensando que mis pies iban a estrellarse contra la cornisa de
contención. El ruido del cable de acero por donde se deslizaba el arnés
retumbaba en mis oídos como el motor de un avión. A la ida ni siquiera pensé en
soltarme para imitar al gurka y estuve más pendiente de alguna catástrofe que
del paisaje que se ofrecía a mi vista. Recuperé el sentido de la diversión poco
antes de llegar a la primera escala adonde me esperaba el ayudante. Me sujetó
del arnés y me pidió que tomara el cable por delante apenas apoyé los pies
sobre la tierra.
—¿Y linda?
¿Qué te pareció el viaje? —preguntó mientras desenganchaba la roldana.
—Vos no sos
puntano —dije notando la falta de acento.
—No. Trabajo
la temporada. Soy Miguel, de Quilmes —sonrió—. ¿Y vos de dónde sos, chica sin
nombre?
—Soy Marti,
de Rosario —dije divertida.
—¿Estás
sola?
Era un
apreciable ejemplar masculino. Alto, rostro de barba incipiente, ojos oscuros y
vivaces. De los que me gustaban.
Escuchate. ¿Adónde lo dejás a Noel con su aire
distinguido, sus facciones armoniosas, su prolijidad, su elegancia
irreprochable? No le sentaría un conjunto de jean. Tenía que venir el gurka a
sacudirme de mi inercia amorosa. ¿Y ahora te vas a enloquecer por cualquier
varón recio? No por cualquiera… —le dije a mi alter ego.
—No —le
informé mientras me calzaba el arnés para regresar.
—¡Qué pena!
Me hubiera gustado ser tu guía para mostrarte los alrededores.
Sonreí
halagada, pero no le contesté. Él terminó de prepararme para el viaje de vuelta
y antes soltarme me deseó: —¡Buen viaje, Marti!
Levanté una
mano para saludarlo. Después me animé con la otra y abrí los brazos para
abarcar el espléndido paisaje que fluía bajo mis pies. Me dirigía
vertiginosamente hacia la plataforma de partida, dominada por el vértigo y la
adrenalina. Levanté la vista antes de tocar tierra y volví a tomarme de las
cintas. Una chica estaba filmando, seguramente parte del equipo que
administraba la tirolesa. Guille sonreía abiertamente y Samanta saltaba y
aplaudía con entusiasmo. Roberto me atajó y me sostuvo hasta quedar asentada en
suelo firme.
—¡Muy bien,
niña! —elogió mientras me liberaba del arnés—. Cuando te largues la próxima lo
aprovecharás al cien por ciento.
—¡Mmm…! No
sé si habrá próxima —dudé.
Mis amigos
se acercaron a la plataforma. Samanta me abrazó: —¡Marti, parecías una
equilibrista! ¿Cómo te voy a superar?
—Tirándote
—declaré y la empujé hacia Roberto.
Guillermo me
enroscó el brazo en el cuello y me dio un apretón amistoso contra su costado: —Milady —dijo riendo por lo bajo—, parece
que voy a tener que acostumbrarme a tus desplantes. No eras tan rebelde de
adolescente.
—Escuece,
¿no? —lo zaherí—. Así eras vos de insoportable —tomé su mano, la elevé sobre mi
cabeza y me liberé con un giro. Escuché su risa sorprendida mientras yo me
acercaba a la tarima adonde aprestaban a Sami.
Mi rubia
amiga atendía las instrucciones de Manuel y Roberto y no desdeñó el casco.
Partió entre gritos de susto y admiración y soltó las cintas antes de llegar a
la mitad del trayecto. Guille y yo la aplaudimos hasta que se convirtió en una
miniatura para la vista. La vuelta fue triunfal, se colgó cabeza abajo
simulando una zambullida que culminó en estilo mariposa. Se enderezó para ser
recibida por los encargados en medio de felicitaciones.
—¡Te luciste
como siempre! —le dije riendo—. No soportabas que te ganara en ninguna
competencia, ¿eh?
—Bueno, vos
también estuviste bárbara —concedió con benevolencia—. ¡Voy a buscar las
filmaciones! —nos avisó exaltada.
El gurka y
yo nos miramos con el antiguo entendimiento de la niñez compartida. Sami
atropellaba con esa arista de su carácter que nos imponía, a fuerza de rabietas
o ardides, su voluntad. Me reí con desenfado, extrañamente alegre de revivir
tan lejanos recuerdos. Él me observó con una expresión concentrada, como si
quisiera absorber mi risa, que me hizo sentir inexplicablemente vulnerable.
Nuestra abstracción terminó con el regreso de Samanta.
—¡Guille,
aquí tengo las tres películas! —mostró su hermana con entusiasmo—. Pagalas que
me olvidé de traer plata.
Guillermo se
apartó para cumplir con el encargo, momento que aprovechó su tenaz admirador
para renovar el asedio. Dejé de prestarles atención para embelesarme en el
paisaje.
—Marti…
—canturreó mi amiga envolviendo mi brazo con el suyo—. ¿La estás pasando bien?
—¡De
maravillas! —afirmé y, aún con ciertas inquietudes, no mentí.
—¿Estás
distanciada de tu novio? —preguntó al cabo, aprovechando que Guille seguía
sitiado por el muchacho.
—Prefiero no
hablar de ello, Sami —me excusé en tono de disculpa.
—No quise
molestarte, Martina —dijo apenada—. Pensé que te haría bien confiarte con una
amiga.
—¡Por favor,
Sami! No te enfades. Lo charlaremos mañana. Hoy la estoy pasando de maravillas,
¿te acordás?
Guillermo
nos encontró abrazadas admirando el soberbio espectáculo de la serranía.