domingo, 7 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - I

Sólo escuchaba el ruido del agua que golpeaba con furia el viejo muelle de madera. Escrutó la oscuridad intentando distinguir los contornos de la isla que los rayos perfilaban espaciadamente. La luz se había cortado hacía media hora, seguramente alguna usina fuera de servicio por la despreocupación de los gobernantes de turno. La confitería de la guardería de lanchas tenía un generador propio porque clientes importantes dejaban sus embarcaciones y no escatimaban gastos para proteger su propiedad. El camarero le había anticipado a Nina que pronto la energía sería totalmente utilizada en el brazo interior donde estaban amarradas las naves. Esperaba que Dante llegara antes de quedar totalmente a oscuras. El viento y los relámpagos arreciaron. Sostuvo la copa de trago largo antes de que una racha la volteara y disfrutó de las ráfagas que iban disipando la sofocante temperatura. Pensó que si lloviera antes de la llegada de su novio no correría a refugiarse en el salón. Estaba lleno de gente que había abandonado las mesas de la terraza en cuanto se anunció la tormenta. Estaría irrespirable. La palabra la llenó de congoja porque la asoció con esa nefasta sensación que la asaltaba cuando pensaba en Sara. ¿Cuánto hacía que dejó de escribirle? ¿Un mes? Ella se preocupó a la tercera semana porque no era la primera vez que se atrasaba. Esta inquietud no fue correspondida por su madre ni por Dante, que intentaron calmarla cuando no pudo comunicarse con la clínica ni con la familia donde se alojaba su amiga. ¿Y los mails? ¿Por qué no contestaba el correo si los teléfonos no funcionaban? Pero qué tonta, se dijo. Si el teléfono no funciona, mal podría recibir el correo electrónico. Estaba absolutamente decidida a viajar a Gantes si en el fin de semana no lograba conectarse con Sara. Con o sin la aprobación de su madre y su novio. Ya se imaginaba la respuesta de Dante: ¡pero Nina! ¡Abandonar mi trabajo cuando hace un mes que me ascendieron! ¡Y con tantos desempleados que están en fila para reemplazarme! Una mano fuerte le acarició el cuello que el viento dejaba sin la protección de su larga cabellera. Se volvió para recibir en plena boca el beso de Dante.
-¡Loquita! ¿Por qué no me esperaste adentro? Dos minutos más y tengo que rescatarte del río –le dijo mientras se sentaba en la silla de al lado.
Nina miró al fornido hombre que le sonreía y alargaba el brazo para delinear con delicadeza el contorno de su cara. ¡Ahora o nunca!, se dijo.
-Dante, si no tengo pronto noticias de Sara, me voy a Gantes.
-¿Y cuándo es pronto? Si se puede saber...
-El lunes –contestó con beligerancia porque entrevió un tonito irónico en la acotación.
Él se tomó un tiempo para responder. Aquí vienen los argumentos en contra, pensó Nina, dispuesta a enemistarse con el joven de ser preciso.
-Vamos a hacer una cosa –declaró Dante al fin.- Aunque recibas noticias, iremos a verla el lunes. Vos te quedarás tranquila y yo podré planificar mi ausencia. ¿Hecho?
Ahora tardó ella en responder, porque sólo tenía que decir que sí. Archivó todos los argumentos defensivos y se inclinó para abrazarlo. Dante la apretó contra él mientras reía tiernamente. Nina, acordonada por los brazos del hombre, se abandonó a la sensación de sosiego que la propuesta le brindaba. La lluvia se desplomó sobre ellos y los obligó a correr hacia la confitería. Entraron riendo y, por un momento, se volvieron a contemplar el furioso espectáculo de la tormenta. Nosotros somos un acorde más de este concierto universal. La idea la desconcertó. ¿A quién se lo había escuchado? La escasa iluminación de la terraza se apagó y las sombras devoraron las sillas y las mesas acomodadas a lo largo de la baranda. Nina se volvió hacia Dante. Quería volver a su casa y releer las cartas de Sara. ¡Seguro que hallaría indicios que no buscó en la primera lectura! Le apretó el brazo y le dijo:
-¿Podremos llegar hasta el auto?
Su novio hizo un gesto de asentimiento. La guió hacia la parte trasera del local hasta desembocar en una escalera. Un empleado se acercó portando una linterna.
-¿Quiere bajar a la cochera, señor?
-Sí. Pero no es necesario que nos acompañe. Conozco el camino.
-Iré adelante de ustedes. Las luces de emergencia se están agotando y hay un tramo de escaleras a oscuras. Además, necesitará que lo alumbre para encontrar su vehículo. Hagan el favor de seguirme –les pidió.
Bajaron guiados por el muchacho hasta localizar el coche. Dante le dio una propina y maniobró hacia la salida. Hablaron muy poco hasta llegar a la casa de Nina. Su novio apagó el encendido para despedirse. Se volvió hacia ella y la atrajo contra sí. El beso la estremeció como siempre. Él le susurró:
-Si no tuviera que programar toda una semana de trabajo, no te bajaría en tu casa, bonita. Pero ya nos desquitaremos en Gantes, ¿de acuerdo?
Ella rió, feliz, y volvió a besarlo. Después miró hacia la calle y comprobó que la lluvia había menguado.
-¡Me bajo antes de que se largue de nuevo! Te quiero, ¿sabés? –y abrió la puerta y se lanzó a la calle antes de que el hombre le respondiera y la planificación se fuera a pique.
Colgó el llavero a la entrada del vestíbulo y se dirigió a la sala de estar. El televisor funcionando indicaba que su madre estaba levantada. Sonrió al verla adormecida delante de la pantalla. Se acercó con sigilo y le dio un beso en la cabeza.
-¡Nena! –Dijo con sobresalto- ¡Qué flor de madre tenés! ¡Mirá que dormirme con lo preocupada que estaba! Esta no es una tormenta cualquiera...
-No, mamá, si afuera está amarrada el arca de Noé... –la interrumpió Nina-Además estaba con Dante, ¿qué podría pasarme?
-No sé. Árboles caídos, cables cortados… ¡Yo qué sé!
-Sos dramática, madre –dijo la muchacha sentándose a su lado. ¿Sería el momento apropiado para anunciarle el viaje? Sí. Porque lo haría le gustara o no. Apoyó la cabeza sobre el regazo de la mujer y, mientras ésta le acariciaba el pelo, le informó:- El lunes me voy a Gantes.
La mano detuvo su lento recorrido. Tras un instante de silencio, llegó el comentario de su madre:
-No podré convencerte de lo contrario, ¿verdad? –y antes de que pudiera responderle:- Has tomado la decisión y espero que no vayas sola. ¡Y pensar que Sara podría estar viviendo con nosotras y no en ese remoto lugar!
¡Querida mamá Rosa!, pensó Nina. Siempre tan intuitiva. Sabe que no me voy a echar atrás y no quiere empezar una pelea. Para tranquilizarla, confirmó:
-Me acompañará Dante. Ya debe estar preparando el cronograma de trabajo. ¿No es un sol este novio mío? –se levantó, le dio un beso y anunció:- me voy a dormir. Mañana empezaré a armar la valija. Que descanses, mamá.
-Hasta mañana, querida -suspiró Rosa.
Nina entró en su dormitorio y cerró la puerta. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó un manojo de cartas. El sutil perfume que distinguía a Sara flotaba sobre el papel como un aura. La vívida imagen de su amiga, mi hermana del alma, irrumpió en su interior con la fuerza del afecto que las unía desde niñas. A Sara le debía no haber incursionado más que en la fumata de un porro, haber podido enfrentar la decisión de su padre que menospreciaba su inclinación por el arte en función de una carrera “con futuro”, la incondicional compañía por los difíciles momentos de la adolescencia. Juntas, compartieron sueños y desengaños. Sara no pudo continuar una carrera universitaria por haber dedicado todo el tiempo a cuidar de su madre postrada por la depresión. Cuando su progenitora falleció, buscó un trabajo de empleada administrativa para el cual estaba preparada. Vivía en un departamento compartido con dos estudiantes y, durante el receso universitario, Nina compartía los fines de semana con ella. Hasta que conoció a Dante, claro…
Salió de su abstracción y sacó las misivas de los sobres. Las acomodó por fecha y comenzó a leer la primera:

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